El 4 de febrero de 2012, ocurrió un derrame de crudo tras la rotura de una tubería de Petróleos de Venezuela, en la población de Jusepín, estado Monagas, en el oriente del país. El derrame se prolongó por casi un día antes de que se iniciaran las tareas de contención del mismo, por lo que el crudo fluyó por el río Guarapiche, principal fuente de agua potable de la ciudad de Maturín, una de las más importantes de Venezuela. El río Guarapiche forma parte de la cuenca del río San Juan, el cual desemboca en el mar Caribe, al sur de la Península de Paria. Se trata de una cuenca que colinda con el río Orinoco y aunque desemboca en el Caribe por puntos diferentes, termina uniendo sus aguas al sur y oeste de la isla de Trinidad. Es una zona con una altísima biodiversidad, pero en la que la principal actividad económica es la producción de petróleo. La opacidad en el trato de la noticia por parte de PDVSA generó una falta de información que aún existe sobre este caso. Si bien intervinieron activistas y líderes políticos a nivel nacional y regional, siguen existiendo versiones contradictorias sobre la cantidad de crudo derramado, los efectos del mismo y las tareas de PDVSA para manejar el desastre. Sin embargo, algunos impactos fueron evidentes, como fue la paralización de la planta de potabilización de agua Bajo Guarapiche, la cual surte de agua a Maturín, lo que hizo que esta ciudad se quedara sin este recurso por varios días, generando una serie de acciones de protesta y reclamos por parte de las comunidades. Mucho más visible fue el desplazamiento del crudo a lo largo de decenas de kilómetros, contaminando todo el curso de agua, así como los intentos de los voluntarios de las comunidades, quienes sin ningún tipo de entrenamiento o equipamiento de seguridad, trataron de contener el derrame durante días. Si bien la intensidad del conflicto ha disminuido desde 2012, PDVSA aún no ha respondido con suficiencia a la demanda de información por parte de ONGs y activistas locales. Al mismo tiempo, mantiene sus planes para el manejo de derrames solamente como una tarea técnica de tipo interno, en los que muy poco participan las comunidades. De hecho, un derrame de pequeña magnitud ocurrido en marzo de 2015, activó nuevamente a los habitantes y activistas locales. Sin embargo, la respuesta fue similar a 2012, minimizando el impacto real del derrame. A pesar de la profusión de opiniones y análisis tanto de activistas como de científicos, este es un caso en el que sigue sin haber una respuesta clara y satisfactoria, no sólo en lo comunicacional, sino en lo más importante, como es el impacto real en el ambiente y en la gente.