La tragedia de los animales recluidos en los zoológicos de Venezuela: crisis, especismo y opciones de libertad

Francisco Javier Velasco Páez
Observatorio de Ecología Política de Venezuela

 

“Dos cosas me admiran: la inteligencia de las bestias y la bestialidad de los hombres.”

Flora Tristán

 

“La grandeza y el progreso moral de una nación se mide por cómo trata ésta a los animales”
Mahatma Gandhi

 

La profunda y creciente crisis estructural de la sociedad venezolana, expresión del colapso del modo de vida conformado en relación con el patrón rentístico petrolero, ha tenido graves consecuencias en diversos ámbitos. Cada día, quienes vivimos en este país experimentamos en carne propia el desquiciamiento, la inseguridad y la incertidumbre que se derivan de una acentuada perturbación económica, el desgaste corrosivo de la trama social y la ruptura del equilibrio institucional. La hiperinflación que ya supera el 2000%, la carestía de víveres y medicinas, la falta de efectivo en las taquillas y cajeros automáticos de los bancos, el repunte de diversas enfermedades, los ascendentes flujos de migrantes que dejan el país y el marcado deterioro de los servicios públicos (agua, energía eléctrica, transporte, telefonía, salud, etc.), conjugados con una galopante corrupción y la crispación permanente de un ambiente político cruzado por los efectos de protestas de calle, acciones represivas, violaciones a los derechos humanos y confrontación verbal extrema, marcan un sensible e inédito deterioro de las condiciones físicas, sociales y psicológicas en las que se desenvuelve la inmensa mayoría de los ciudadanos.

Durante más de cuatro años esta crisis se ha hecho sentir incluso en poblaciones y sectores insospechados. Tal es el caso de de las mascotas domésticas. Diariamente se multiplican para estos animales, afectados por los elevados precios de los alimentos e insumos médicos propios de su especie, crueles eventos de desamparo, desnutrición, deshidratación, reproducción incontrolada y proliferación de enfermedades. Igual suerte vienen corriendo los animales salvajes sometidos a cautiverio en los zoológicos. Ciertamente, la “vida” en los llamados parques o jardines zoológicos es siempre amarga e injusta. La realidad de estos recintos es la de animales deprimidos, alienados, confinados, seres a los que se ha privado de sus hábitats y, además, su libertad, su dignidad y su intimidad.

No obstante, la imparable escasez alimentaria y la falta de comida acorde con su biología y fisiología, así como las menguadas inversiones en su cuido que se traducen en falta de personal, desaseo y abandono, está configurando una situación que de triste ya pasa a ser realmente infernal en los zoológicos de Venezuela. Desde 2016 se han venido acumulando denuncias y peticiones de auxilio suscitadas en torno a la tragedia que se ha estado produciendo en esas instalaciones de exhibición de fauna silvestre. En este sentido se ha informado que decenas de animales han sucumbido a los estragos causados por el hambre y el abandono, muchos otros permanecen en una situación lamentable al borde de la inanición o son víctimas del robo y la matanza ejecutadas por personas o grupos, que de manera desesperada, buscan proveerse de alimentos ricos en proteínas. Especímenes de variado tipo tales como leones, jaguares, pumas, tigres, cunaguaros, osos, elefantes, búfalos, tapires, báquiros, chigüires, monos, conejos, guacamayas y otras aves han corrido esta lúgubre suerte.

Ante la indiferencia gubernamental, trabajadores de INPARQUES, ecologistas, investigadores universitarios, comunicadores sociales, organizaciones de defensa de los animales y grupos de vecinos, entre otros, han protestado y se han movilizado tratando de obtener de productores y comerciantes frutas, verduras y carnes para alimentar a los cadavéricos ejemplares que a duras penas sobreviven en los zoológicos de Caracas, Maracaibo, Barquisimeto, Maracay, Paraguaná, por nombrar algunos casos, llegando a pasar días y hasta semanas enteras sin comer. Se sabe incluso de circunstancias en las que para salvar a ciertos carnívoros, los cuidadores han sacrificado a otros animales como caballos, dantas y cabras. En algunos casos se han producido traslados de ejemplares de unos zoológicos a otros que, a pesar de no escapar a los efectos de la crisis, cuentan con mayores recursos, espacio y condiciones climáticas más benignas. Inclusive zoológicos de países vecinos han abierto sus puertas para recibir animales provenientes de los desolados parques zoológicos venezolanos, al tiempo que se han recibido ofertas de zoos situados en países como Francia y África del Sur.

La situación es de tal desaliento que organizaciones internacionales y personalidades mundiales que luchan por preservar la naturaleza han hecho saber su preocupación ofreciendo ayuda para tratar de paliar las terribles condiciones que campean en estos lugares de reclusión de fauna silvestre. Destaca entre estas voces la de Raúl Julia Levy, actor y cineasta mexicano, quien ha expresado la intención de encargarse del traslado y gastos médicos de estos animales.
Existen sobradas razones de orden social y ético que deben motivarnos a actuar de manera individual y colectiva buscando contribuir a aminorar y detener la tragedia que golpea en las actuales circunstancias a los animales de los zoológicos venezolanos. Pero tal proceder resulta insuficiente. El cuadro de lamentables padecimientos que abruman a la fauna en confinamiento de nuestros centros urbanos es también ocasión para examinar críticamente la función que cumplen los zoológicos.

 

La tragedia de los zoológicos

Como ya lo dijimos, los zoológicos son lugares tristes. Pese a su supuesta preocupación hacia los animales, no son refugios ni hogares, constituyen más bien muestrarios de animales considerados “interesantes”. Inclusive, cuando logran reunir las mejores condiciones, resulta imposible replicar o aproximarse a la creación de algo análogo a sus hábitats originarios.

En los zoológicos, que varían en cuanto a dimensiones, tamaño y cualidades, se encuentran desde parques, hasta estancias con losas de concreto y travesaños de hierro. Sin embargo, los recintos zoológicos suelen ser muy reducidos, y en vez de fomentar el entendimiento o el respeto por los animales, transmiten información muy escasa y fragmentada sobre sus hábitos alimentarios, las diversas especies existentes y su medio natural. Temas como el comportamiento de los animales, son considerados y analizados artificialmente, a la distancia, ya que las necesidades naturales que posee cada especie muy ocasionalmente se satisfacen.

A la mayoría de los animales se les imposibilita llevar a cabo una gran parte de sus comportamientos innatos y fundamentales como correr, volar, escalar o juntarse con otros compañeros de especie. Los zoológicos sólo enseñan a sus visitantes que es admisible entorpecer y mantener en cautiverio a los animales, a pesar de su hastío, hacinamiento, soledad y contención forzada de las más elementales maneras naturales de sus especies. Justo es reconocer sin embargo que la idea del zoológico ha evolucionado en muchos lugares, pero esa evolución reside básicamente en la imagen que ella proporciona: una impresión de libertad que hoy en día es más importante para los propios visitantes y espectadores que para los propios animales.

Fosa y jaulas han cedido su lugar a islas de plexiglás, a plantas de plástico: toda una puesta en escena que sirve al público “cliente” y no a los animales “objetos”. Su función sigue siendo parcial y no escapa a la razón de ser de esos establecimientos: encerrar a los animales lejos de sus biotopos de origen con el fin de divertir a la muchedumbre y, cuando las circunstancias lo permiten, obtener ingresos.

El discurso dominante de los zoológicos apela a maniobras comunicacionales sustentadas en la sobresaturación de un contradictorio mensaje conservacionista. Quienes argumentan a favor de estos lugares de encierro, sostienen que éstos ofrecen oportunidades de “educación”, pero el grueso de los visitantes pasa sólo unos pocos instantes en cada lugar de cautiverio, buscando más el entretenimiento que la formación. Los promotores y gestores de zoológicos dicen trabajar en pro de la protección de las especies en vías de extinción, lo que luce como un loable propósito, pero generalmente sólo benefician a los animales más conocidos y populares, porque cautivan a multitudes y atraen publicidad. La mayoría de los animales exhibidos en los parques zoológicos no están en peligro de extinción, y aquellos que se encuentran en esta condición posiblemente jamás serán liberados.

Conviene recordar que los zoológicos tiene un origen netamente colonial, y que en pleno siglo XX hubo todavía zoológicos humanos, verdaderos campos de concentración, donde los imperios occidentales mostraban “ejemplares exóticos” provenientes de diversos pueblos y etnias tales como inuïts, cingaleses, malasios, aborígenes australianos, indígenas americanos y habitantes de distintas regiones del África. Las razones públicamente expresadas eran las mismas: el espectáculo y la muestra del exotismo, el descubrimiento de nuevas formas de vida, la exaltación del conocimiento científico y la investigación. Empero, en medio de ellas subyacía un propósito disfrazado: la justificación del colonialismo en nombre de la “civilización” y la supremacía blanca. Tales aberraciones fueron objeto de fuertes críticas que condujeron, a través de intensas campañas y luchas sostenidas, a su abolición. Pero esa crítica perdió su validez cuando se trataba de especies diferentes a la humana.

De igual forma, los zoológicos contemporáneos refuerzan la creencia en la supuesta superioridad de los humanos al reducir a otras especies –a las que además mercantiliza y priva de su hábitat. Se trata de la lógica que llevó a los colonialistas a hacer lo mismo con los pueblos que sometían a su dominio y explotación. La exposición del otro por ser diferente siempre es sospechosa y riesgosa, pero cuando esto se hace desde un lugar de mando es siempre excluyente. Si en condiciones coloniales la exclusión implicaba el racismo, en los zoológicos conduce al especismo, vale decir la discriminación y la segregación forzada entre especies que sitúa antropocéntricamente a la humanidad en la cima de un pretendido trayecto evolutivo.

Entre los cambios fundamentales que reclama la actual situación venezolana, está el de la transformación radical de nuestras relaciones con la Naturaleza, cambio también necesario a escala mundial en esta época de crisis civilizatoria y colapso ecológico global.

Esta tarea de gran envergadura y suma urgencia, que debe formar parte de la búsqueda de una configuración societal pluriemancipada, diversa, equilibrada y tolerante, involucra también la necesidad de repensar y trascender la noción de zoológico. En el contexto de ese futuro alterno tal vez pueda pensarse en estos centros como espacios de resguardo temporal puntual y circunstancial de especímenes silvestres salvados de desastres y matanzas para su recuperación, reproducción y posterior reinserción en su entorno natural regenerado. No obstante, si se quiere realmente invertir esfuerzos en la salvaguarda de especies salvajes, la mejor manera es haciéndolo con programas de reintroducción in situ, con la efectiva protección de espacios naturales y medidas firmes contra el exterminio, la caza furtiva y el tráfico ilegal, así como con el concurso del reconocimiento de los derechos de la Naturaleza (y entre ellos los de los animales) y el despliegue de un audaz y ambicioso esfuerzo de formación ambiental que apuntale la consideración de los animales como seres integrales, con subjetividades propias y no como meros “recursos” al servicio de las sociedades humanas.

En 1978 se estrenó en nuestro país un hermoso corto metraje animado, verdadero emblema de la cinematografía latinoamericana para la infancia, titulado “El Cuatro de Hojalata”. Este film, obra del cineasta, artista plástico, diseñador y humorista gráfico venezolano de origen uruguayo, Alberto Monteagudo, que alcanzó una gran proyección nacional e internacional y fue objeto de reconocimientos y premiaciones, narra la experiencia de un niño que intenta aliviar la miserable existencia de los animales de un zoológico tocando su cuatro confeccionado con hojalata, para verse luego involucrado en una rebelión animal contra sus guardianes. Infundiendo magistralmente vida a muñecos de plastilina y cerámica, la película exalta la solidaridad intra-especies e invita a la reflexión y el debate en torno a cómo los animales salvajes que pertenecen a la Naturaleza, sufren física y mentalmente en los zoológicos por la falta de libertad.

Nos toca ahora en esta hora difícil y crucial de nuestra historia, replicar la saga de este niño y pulsar las cuerdas de múltiples cuatros de hojalata para así romper los barrotes que nos aprisionan y liberar también en el empeño a los animales sometidos al indigno cautiverio.

 

FOTO: SUNEP INPARQUES http://elestimulo.com/climax/zoologicos-no-se-salvan-de-la-dieta-de-maduro/

Autor

Francisco Javier Velasco

Antropólogo y Ecólogo Social. Doctor en Estudios del Desarrollo, Maestría en Planificación Urbana mención ambiente, Especialización en Ecodesarrollo, profesor investigador del CENDES UCV.

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