La ecología profunda y el eco-fascismo: signos de la crisis ecológica de nuestros tiempos

La ecología profunda y el eco-fascismo: signos de la crisis ecológica de nuestros tiempos

Por: Juan M. Planas

Observatorio de Ecología Política de Venezuela

Imagen de portada: The Great Replacement, de Brenton Tarrant.


Nota del autor

La ausencia de soluciones viables, de políticas sustentables y de transformaciones reales en los modos de relacionamiento con la naturaleza, han generado metarrelatos desde el propio sistema (necesariamente capitalista), de “solución” a la crisis ecológica global. La ecología profunda y el “eco-fascismo” son dos de ellos. En el presente artículo intento esbozar brevemente dos formas de “ecologismo” que conllevan, una más abiertamente que la otra, gérmenes de esa idea tan nociva acerca de la sociedad como lo es el fascismo. He decidido excluir de la discusión el problema del eco-terrorismo; el cual comprende ideas tan extensas y complejas como el anarco-primitivismo. Si bien utilizo el ejemplo de la masacre Christchurch ejecutada por Brenton Tarrant, esto es sólo para ilustrar la idea de que la parte “eco” del “fascismo” es, al final, un pretexto.

Juan M. Planas


El declive, la crisis y la ecología profunda

En el escenario global, las últimas décadas del acontecer socioecológico han estado signadas por múltiples manifestaciones de nuestra amplia crisis ambiental. Desde desastres generados por actividades extractivas y de explotación económica, tales como la contaminación, que degrada la calidad del aire que respiramos y del agua que bebemos; la deforestación, la erosión de los suelos y la pérdida de la biodiversidad, que hacen inhabitables los territorios que en los que hoy vivimos; hasta el cambio climático, transformación antropogénica generada por la contaminación de la atmósfera debido a la emisión de gases de invernadero, la cual afecta los ciclos de reproducción ecológica del planeta. Todos estos fenómenos son signos palpables, en la naturaleza, de nuestra crisis ambiental y guardan intrínseca relación con las formas de organización social, los sistemas de dominación política y de producción económica, en fin, los sistemas de reproducción de la vida humana en el planeta que hoy se encuentran en cuestionamiento.

Desde principios de la década de los 80’s, se ha encontrado en alza una alarmante tendencia de un ecologismo reaccionario, descendiente del darwinismo social y el malthusianismo; se trata de una modalidad de la crítica ante estos fenómenos desde el extremismo ingenuamente conservador: la ecología profunda. Si bien esta propone una equivalencia en la valoración de la vida humana y la no-humana, limita la comprensión de la cuestión socioecológica a peligrosas recetas de la biopolítica: control poblacional, limitación de la reproducción de la vida a la “primera naturaleza” y un de-escalamiento al mínimo del uso de la tecnología, inexorablemente sustentada en la naturaleza. Un icónico caso de “el remedio es peor que la enfermedad”. Murray Bookchin identificada en este movimiento nociones preocupantes en torno a la naturaleza, y argumentaba:

Los ecologistas profundos ven esta vaga e indiferenciada humanidad esencialmente como una fea y “antropocéntrica” cosa–Presumiblemente un producto malévolo de la evolución natural–Eso es, “sobrepoblando” el planeta, “devorando” sus recursos y destruyendo su vida salvaje y su biósfera– Como si algún dominio vago de la “naturaleza” se opone a la constelación de seres humanos no-naturales, con su tecnología, sus mentes, su sociedad, etc. La ecología profunda, formulada en gran medida por privilegiados académicos blancos, ha logrado traer a naturalistas sinceros como Paul Shepard en la misma compañía que antihumanistas y montañeros machorros como David Foreman de ‘Earth First!’ quienes predican el evangelio de que la humanidad es algún tipo de cáncer en el mundo de la vida

Bookchin, 1987.

Bookchin opuso desde un primer momento la ecología social a esta escuela de pensamiento por una justa razón: la ecología profunda enarbola una interpretación ahistórica de la actividad humana. Resuelve que la existencia de la humanidad en el planeta es nociva, sin consideración alguna por la evolución de los procesos técnicos, por la voluntad humana o por la incidencia de los sistemas socioeconómicos en el devenir ecológico. La ecología profunda entiende la actividad humana en el planeta tierra como irremediablemente dañina, retrata a la humanidad como una suerte de pecado original. La ecología profunda, en sí, no es eco-fascismo. Ya veremos por qué.

¿Qué es el ecofascismo?

El ecofascismo puede ser descrito de varias maneras.

En primer lugar, como una tendencia del ecologismo radical vinculado o coexistente con ciertas variantes del fascismo. Esta aserción está apoyada por la adopción de algunos movimientos –sobre todo alemanes– de nociones naturalistas, derivadas del Völkisch, que tratan la naturaleza bajo el fuero del misticismo. Comparte con la ecología profunda el desprecio por la transformación humana de la naturaleza a través de la técnica; sólo que, ahora, distingue y discierne entre los grupos humanos que participan en esta transformación. De esta manera, el eco-fascismo propone una defensa de la naturaleza basada en una territorialidad etnocéntrica. Expresiones de ello son el Lebensraum (espacio de vida) como espíritu de la colonización alemana y el Blut und Boden (sangre y tierra) nacional-socialista como territorialización tribal. El militarismo, el expansionismo y el control poblacional, en sus distintas modalidades, son consideradas todas vías legítimas para la coexistencia deseable –de uno o reducidos grupos de humanos– con la naturaleza. Documentos como The Charlottesville Statement, de Richard Spencer, la movida alt-right y movimientos como Earth First! y #TreesNotRefugees sirven para encubrir formas de fascismo bajo el disfraz de pretensiones supuestamente ecológicas.

Cabe destacar que algunos de los más relevantes partidos del populismo europeo han incluido propuestas “ecologistas” en sus programas. El Movimento 5 Stelle de Italia puede, por ejemplo, proponer medidas de protección ambiental a la vez que niega la inmigración mediterránea y hace negocios con el Gobierno Bolivariano. Protege el espacio de vida sólo de los ciudadanos anclados a su territorialidad, a la vez que devasta territorios en la lejanía. Sólo con la reciente crisis venezolana es que Italia se ha dispuesto a “decomisar” los cargamentos del coltán extraído de Venezuela. Habría que preguntarse si el desarrollo minero ecológico no es, también, una forma de eco-fascismo. En fin.

En segundo lugar, se argumenta que el eco-fascismo se emplea como un término que discrimina a la ecología profunda y las variantes de la ecología que entran en conflicto con la ecología social.  Si bien algunos partidarios de la ecología profunda, tales como David Orton en “Eco-fascismo ¿Qué es?”, argumentan que el texto de Bookchin sirvió como una manera de retratar negativamente a la ecología profunda, vale mencionar que, como lo hemos descrito anteriormente, la ecología profunda no descarta, sino que incluso propone directamente métodos de control poblacional, los cuales coinciden, al menos de fondo, con algunas de las cuestiones y preocupaciones esenciales de los movimientos fascistas.

Agregaríamos, en tercer lugar, que en los últimos tiempos el eco-fascismo se ha posicionado como discriminatorio frente a toda forma de ecologismo y conservacionismo. De esta manera, luchas legítimas son a menudo caracterizadas como fascismo ecológico o eco-fascismo; en especial sus variantes más radicales, que han sido catalogadas de eco-terrorismo. No es ajeno en las luchas en contra del extractivismo en América Latina y en el resto del mundo que gobiernos y grupos de poder utilicen, de manera irresponsable, el epíteto de eco-fascismo. Se trata de una forma muy común de criminalización en el contexto de la acción directa. Pero de esto hablaremos en otro momento.

Eco-fascismo: la ecología como pretexto

El último acontecimiento en materia ecofascista se trata de los atentados terroristas en Christchurch, Nueva Zelanda del 15 de Marzo de 2019. Brenton Tarrant, un hombre australiano y autoproclamado supremacista blanco, eco-fascista y etnonacionalista asesinó a 50 personas, hiriendo a 50 más en una racha sangrienta. Todas las víctimas, en ese suceso, son musulmanas. En su manifiesto, The Great Replacement, Tarrant hace un énfasis en el problema ambiental–Pero claro, sólo de la sociedad europea. Argumenta:

“¿Por qué enfocarse en la inmigración y en las tasas de nacimiento cuando el cambio climático es un grave problema? Porque son el mismo problema. El ambiente está siendo destruido por la sobrepoblación. Nosotros los europeos somos uno de los grupos que no estamos sobrepoblando el mundo. Los invasores son los que están sobrepoblando el mundo. Asesinar a los invasores, asesinar a la sobrepoblación y salvar el ambiente

Sin duda, Tarrant se adhiere a los principios del eco-fascismo y distingue entre grupos poblacionales en su crítica “ecologista”, coincidiendo con la primera línea del manifiesto de Richard Spencer, “La raza es real. La raza importa. La raza es la fundación de la identidad.” Cabría preguntarse, entonces, si el énfasis de la masacre de Tarrant no estuvo mediada en un primer momento por un interés tribal, étnico, de asegurar el Lebensraum necesario sólo para los individuos de su raza. De lo que se puede percibir en su manifiesto, la preocupación de Tarrant radica meramente en extinguir forzosamente a los grupos poblacionales que, para él, generan un excedente en los usos de la naturaleza planetaria.

¿Cómo lograr ese fin? Pues con la instauración de un Estado etnocéntrico que promulgue políticas discriminatorias de inmigración (a la par, claro, de la colonización de territorios pertenecientes a etnias vistas como inferiores); esterilización forzada de las poblaciones enteras; esclavizamiento, brutalización y asesinato de grupos indeseables incluso dentro de la misma etnia. Al igual que la ecología profunda, la propuesta de supremacistas blancos como Spencer o Tarrant radica en el control poblacional y en mecanismos biopolíticos para limitar el tránsito, el la coexistencia y la cohabitación con la naturaleza en los territorios. No representan, de ningún modo, una crítica real a las formas de reproducción de la vida. Es por ello que no puede hablarse, al menos teóricamente, de un fascismo ecológico.

Lo “eco”, del “fascismo” es al final, un pretexto.

Conclusión

Para concluir, debe decirse que ambas corrientes tratadas aquí comparten un desdén por una visión social de la ecología. Ambas son, de algún modo, expresiones de una gama superior de perspectivas que ignoran, por diseño, una comprensión histórica del desarrollo de las sociedades y de los grupos humanos en su justa dimensión sociocultural. Mientras que una pretende generar una sociedad cónsona con la naturaleza a través de métodos que de algún u otro modo implicarían horrores, la otra asume los horrores y los encubre con el pretexto de la ecología. Ninguna de las dos son alternativas viables para el planeta.


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