Pandemia, autoritarismo y libertad: la humanidad en su laberinto profiláctico

Francisco Javier Velasco Páez

“Cuando la sociedad se llena de desigualdad y arrogancia surgen las plagas, todo fluye hacia su contrario”   

Heráclito de Éfeso

“Ellos mandan por que tú obedeces”   

Albert Camus

“Allí donde crece el peligro, crece también lo que salva”    

Johann Christian Hölderlin

“La salud humana es un reflejo de la salud de la Tierra”

Heráclito de Éfeso

Imagen de portada RunrunEs

Los calamitosos efectos de un nuevo virus letal, el Coronavirus,  se extienden por todas partes dejando un saldo (hasta el momento en que redactamos esta nota) de más de 100.000 fallecidos y un número de contagiados superior a 1.300.000. Cunde la desazón en los mercados bursátiles y se derrumba el precio del petróleo, el Fondo Monetario Internacional anuncia una profunda y catastrófica recesión. La dirigencia mundial contiene el aliento. El pánico social, avivado por los estados,  irrumpe en todas  las latitudes. Por imposiciones gubernamentales acompañadas de decisiones ambiguas, en una gran cantidad de países los habitantes se ven reducidos a una inhabitual situación en la que cada persona debe permanecer por un tiempo impreciso en su vivienda (sí es que la vivienda existe). El confinamiento se acompaña de un discurso de llamado a la unidad nacional y la solidaridad internacional, al tiempo que se extreman las medidas de control y vigilancia social en medio de un tufillo a fascismo. ¿Qué explica esta situación? ¿Cuáles son las opciones de futuro que se nos presentan en este contexto de impulso al autoritarismo viral y al liberticidio en nombre de la salud pública y la protección de las vidas de los ciudadanos? ¿Qué escenario podemos esperar para cuando pase la tormenta?

Los coronavirus, que deben su nombre a la  forma de corona que presentan, son una familia de virus comunes en diversas especies de animales. La COVID-19 es la enfermedad infecciosa causada por un tipo de coronavirus descubierto en diciembre de 2019 con el brote de Wuhan (China). Los coronavirus son partículas de 120 a 160 nm que constituyen una cadena de material genético (ARN) recubierta de una membrana protectora de proteínas. Su estructura bioquímica le permite parasitar organismos de mayor tamaño uniéndose a las células y entrando en ellas. Se trata de una entidad “no viva” que, para efectos de su propia perpetuación, se ha revelado como particularmente peligrosa para los humanos. Ante este comportamiento del virus (que parece ser general a todos los virus) se plantea la necesidad de eliminarlo o evitar su contagio. En cualquiera de los dos casos casos hay que recurrir a la profilaxia que comprende el aislamiento, la higiene de manos, la administración de vacunas y medicamentos antivirales, además de una toma de conciencia de la presencia de la pandemia, pero también a la búsqueda colectiva de comportamientos susceptibles de generar protección, ayuda, consuelo y solidaridad.

Ahora bien, frente a la pandemia que nos agobia globalmente en la actualidad, se hace necesario un examen crítico del momento de la historia que estamos viviendo. Esto supone considerar qué ocurre con los medios de comunicación, las élites políticas y sus instituciones, la cultura de masas, el saber científico, la precariedad social, la insostenibilidad ecológica y la pugna política. En este sentido queremos destacar el hecho de que un cierto relato perverso, que se escuda en la necesidad de enfrentar esta nueva pandemia  y en slogans del tipo “Quédate en tu casa”, “Trata de salir lo menos posible”, “Protégete con una mascarilla”, “No socializes con nadie”, “No te les acerques” “Mantén la distancia social”, está sirviendo siniestramente a una trabazón de decisiones autoritarias.  Luego de ciertas inacciones y/o vacilaciones iniciales, en ciertos casos teñidas de negacionismo (como lo muestran por ejemplo las actitudes autosuficientes e irresponsables de Donald Trump,  Jair Bolsonaro, López Obrador y Emmanuel Macron), de China al Perú, de los Estados Unidos a Italia, del Reino Unido a las Filipinas, de Francia a Venezuela, se extienden el confinamiento en barrios y urbanizaciones (en no pocos casos con controles identitarios y exortaciones a la delación), el hostigamiento policial, los atropellos perpetrados por grupos paramilitares, las detenciones arbitrarias, los toques de queda, los ajusticiamientos, la militarización, los traqueos en redes sociales y la censura gubernamental, entre otros. Con el propósito de “gestionar” la epidemia, varios gobiernos han apelado al uso de dispositivos tecnológicos intrusivos para vigilar a la población de sus países. Para que esta propaganda pueda tener arraigo en muchas mentes y este proceder cada vez más totalitario pueda legitimarse, los medios de comunicación de todo tipo son movilizados generando múltiples emisiones diarias sobre el tema de la pandemia, llamados a la prudencia que cabalgan sobre un tono alarmista machacados ad nauseam por radio, televisión, prensa y redes sociales. Al final lo que observamos es un formidable despliegue de fuerzas por parte de las élites en todo el planeta.  Para ello están dispuestos a cualquier clase de acciones viles, a favorecer la propagación de una obsesión colectiva ligada a la pandemia que busca asustar a los descontentos, atajar las explosiones de protesta social y camuflar la deriva autoritaria, policial y socialmente erosiva  de sus diferentes estrategias.

En materia de información abunda en medios públicos y privados un discurso  sobre el actual estado de cosas ligado a la emergencia sanitaria, que fomenta la estupidez, la ignorancia y el miedo, en total sintonía con lo que ha sido el grueso de la información a lo largo de los últimos años. A ello se asocian sucesos variados como conatos de saqueo,  acaparamiento de mascarillas, guantes, alcohol y gel para las manos, segregación socioespacial extrema,  episodios de intolerancia y xenofobia, tensión en las fronteras, denuncia compulsiva de tirios por parte de troyanos y de troyanos por parte de tirios. Esto tiene lugar en un marco plagado de toda suerte de delirios y fantasías conspiranoicas que derivan de una  repetitiva, superficial y absolutamente subjetiva interpretación de la realidad. Se configura de esta manera un eje de cultura rudimentaria, sustentada también por la nomenklatura que se sirve de él para justificar sus actuaciones.

Un estrato de políticos profesionales, empresarios y técnicos, quienes en gran medida han medrado en el nepotismo, las especulaciones, los favoritismos y el clientelismo en todos los planos, realizan abstracciones discriminatorias para hacer cuadrar los saldos, mostrándose marciales y arrogantes ante las grandes mayorías y servilmente sumisos a las directrices del neoliberalismo puro y duro o mutante. En tiempos tan difíciles como el que nos ha tocado vivir con la expansión del COVID-19, aquellos miembros de esa élite, pedantes gerentes de la “austeridad” que se mantienene en sus puestos, han revelado en casi todos los casos su incapacidad. Figuran en esta lista desde el gobernante populista que hace alarde de su mascarilla hasta el tecnócrata fanfarrón que reclama groseramente a sus pares y así sucesivamente. Por un lado, los servicios sociales ya en agonía antes de la pandemia; por el otro, esos servicios, siempre muy jerarquizados, juegan ahora al rudo para mostrarse útiles y contener la crisis creando zonas de exclusión militarizadas o bajo cerco policial, respuesta habitual  a las necesidades de los ciudadanos. Su comunicación se limita en lo fundamental a la difusión de reportes de urgencia (verdaderos partes de guerra) con un mensaje que subraya la urgencia de  “proteger a la población” reforzando la necesidad de adoptar ciertos comportamientos “adecuados” y en el que cada término modela e impone una aceptación acrítica de la situación y las medidas para enfrentarla. Si ella es obligada, no es debidamente discernida, no supone la participatición y es ofertada  en los estantes de una farmacia o supermercado, la opción de lavarse y organizar un sistema de asistencia puede supeditarse a los peldaños de poder y control. Lo contrario ocurre si tomamos conciencia de querer salvarnos sin la autoridad paternal de otros. El lavado de manos puede ser un acto individualista en la defensa intermitente de cada quien, llevado a cabo con torpeza, sin tener en cuenta a los demás. Cuando se comprende plenamente lo que está sucediendo, ese lavado puede adquirir un sentido social, entendiendo además que es necesario buscar nuevos horizontes societales  más libres, justos y ecológicamente equilibrados.

La deplorable gestión de esta crisis sanitaria global no ha impedido el contagio y la muerte de un gran número de personas en una mayoría de países, pero lo que realmente le importa a los estados es la sobrevivencia de la economía, la salvación del capital, que los bancos salgan idemnes y que las bolsas retomen su dinámica especulativa. No obstante, es importante señalar que, pese a la incompetencia manifiesta de quienes ocupan puestos de comando, a las drásticas reducciones en materia de salud pública y seguridad social,  así como al desgaste intenso de los salarios,   los trabajadores de la salud como médicos, enfermeras, bionalistas y el resto del personal sanitario,  se involucran  en  extenuantes jornadas gestionando la emergencia y presenciando el sufrimiento humano de manera dramática y directa. Su trabajo logra en parte aminorar los efectos de la pandemia, de otra manera, a estas alturas,  la situación sanitaria sería mucho peor en el mundo. Merecen nuestro reconocimiento al igual que otros trabajadores como por ejemplo los que laboran en la distribución de víveres básicos,  el aseo urbano y otros servicios, cuyo transitar por las calles se une al de los muchos que para obtener su sustento deben abandonar diariamente sus domicilios.

Ejercicio militar Escudo Bolivariano en instalaciones de salud en Venezuela. Imagen Ministerio de la Defensa.

En realidad no hay nada de qué asombrarse, la Caja de Pandora ha puesto al descubierto los males de una crisis anunciada, entre ellos la pandemia autoritaria. El sistema estatista-corporativo del capital no se ocupa o se ocupa muy poco del bienestar colectivo, el COVID-19 es un pretexto para perpetura sus práctivas ineficaces. Su interés, el interés de las jerarquías hegemónicas, está en la rentabilidad y la consideración de la salud como una mercancía. El Estado,  su aparato militar-policial y la propia tecnocracia son jerárquicos e incluso (con variantes y gradaciones) dictatoriales en todas las latitudes. La propia ciencia, cuando se asume como saber hegemónico, soslaya la democracia. Por su parte, la sociedad tiene un potencial libertario fundamentado en acuerdos mutuos, participación y solidaridad. Cuando se reglamenta de manera vertical y  centralizada se envilece, es coptada y se hace esclava. La deriva autoritaria que planea sobre el planeta lleva al abandono de la vida privada bajo la bandera de la restricción sanitaria, por impotencia ante el deseo de romper el aislamiento. Se renuncia de este modo al amparo que proporciona el anonimato y se entra en una circulación del poder que domestica el conjunto de nuestros cuerpos que, repentinamente, se han hecho obedientes, de nuestras subjetividades, de nuestras formas de hacer ante los otros, sin que controlemos la pertinencia de los dispositivos de encierro, del panóptico virtual que al final aplicamos a nosotros mismos. Un elemento francamente perturbador presente en este oscuro contexto es el miedo que desde  hace años y con diferentes argumentos se ha infundido a la población. Ese temor encuentra ahora en el Coronavirus una excelente razón fingida que favorece la eclosión de un deseo de seguridad y una aceptación de la restricción de la libertad.  En un tejido social sano, diverso, instruido, solidario, sereno y bien enraizado en el plano ecosistémico, el relato nocivamente restrictivo de la epidemia nunca hubiese tenido acogida y las medidas de profilaxis hubiesen surgido de la creatividad colectiva.

Ciertamente la nueva “peste negra” nos plantea riesgos globales, regionales y locales, no solamente en lo que atañe a la salud física y mental de la población humana, sino también en lo que refiere  a la  configuración y dinámica de nuestra constelación de  sociedades en las décadas por venir. Es de prever que, eventualmente, el virus se estabilizará y la propagación disminuirá considerablemente (siempre con el riesgo de rebrotes), aunque no será el logro del despliegue de policías y militares. Las tendencias distópicas son reales y están tomando nuevos bríos, conformando nubarrones que hacen temer por la democracia, la libertad y la autonomía. No obstante nada está escrito. No existe una mano invisible que nos conduce inexorablemente a una realidad orweliana de control total de pensamientos, gestos, palabras y desplazamientos. Dada la gravedad de la situación, no creemos que, en términos generales,  las élites puedan compensar el desprestigio acumulado frente a la pandemia y promocionarse como salvadores y protectores de una humanidad amenazada.  No debemos dejarnos intimidar. Las opciones siguen siendo múltiples en este mundo complejo, cambiante y en crisis profunda. Todo dependerá de relaciones de fuerzas que son fluidas y en las que la acción colectiva y consciente de su poder emancipador puede jugar un papel estelar en la tarea de revertir las tendencias que pudieran convertir al mundo en una gran prisión a cielo abierto. Esto requiere escucharnos, entender que los reclamos que teníamos sobre la convivencia son valederos, compartir saberes en aras de un interés común, forjar y articular colectivamente nuestras autonomías diversas con miras a regenerar el tejido social, crear y fortalecer vínculos de cooperación y ayuda mutua a diferentes escalas ecosociales. En este proceso resulta esencial conformar solidaridades horizontales con maneras de resolver concretas que sean propuestas por la propia gente, tratando de distanciarse del sistema de representación tecno político, al margen de la manipulación, la explotación, la mercantilización y la desigualdad. En esa dirección podemos deshacernos de la mentalidad de miedo y conformidad abyecta para crear y conducir espacios de salud comunes, autogestionados, alternativos, originales, eficaces y respetuosos de la trama de vida en todas sus manifestaciones, entendiendo que la enfermedad no es solo una pérdida de armonía sino sobre todo un esfuerzo de la naturaleza en el humano para alcanzar un nuevo equilibrio dinámico.

Autor

Francisco Javier Velasco

Antropólogo y Ecólogo Social. Doctor en Estudios del Desarrollo, Maestría en Planificación Urbana mención ambiente, Especialización en Ecodesarrollo, profesor investigador del CENDES UCV.

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