De la Cumbre de la Tierra (1992) al Acuerdo de Escazú (2021)

Vladimir Aguilar Castro

Grupo de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (GTAI)

Universidad de Los Andes

Imagen de portada Indígenas de la etnia Mura muestran una zona deforestada por terceros en la selva amazónica dentro de un territorio indígena no delimitado cerca a Humaita, estado de Amazonas, Brasil, el 20 de agosto de 2019. Ueslei Marcelino/ Archivo Reuters

 

Los tiempos internacionales

El sistema internacional que se erigía en medio de la Cumbre de la Tierra en 1992, convocada por las Naciones Unidas en la ciudad de Río de Janeiro, en Brasil, se debatía entre la continuidad de la guerra (ejemplo de ello era la guerra del Golfo de 1991) y la cooperación internacional. Era además la época de la postguerra Fría, y la Cumbre de Río sería la expresión del aprovechamiento del momento político para superar la clásica tensión entre el realismo y el idealismo.

No obstante lo anterior, con todos los avances en materia de tratados internacionales suscritos en Brasil la realidad seguía siendo terca. La humanidad cerraba el siglo XX al igual que el siglo XIX: una sucesión de micros conflictos que amenazaban con una gran guerra.

Ver también Crisis, sanciones y medio ambiente: una conversación con Liliana Buitrago y Emiliano Terán

 

El ambiente en la agenda internacional

Luego del Informe Bruntdland (1987) en el que se convocaba a la Cumbre de 1992, la comunidad internacional se preparaba veinte años después de la Cumbre de Estocolmo (1972), a nuevas apuestas. La Cumbre de la Tierra intentaría señalar un camino de luz celebrando en su seno el impulso de convenios y acuerdos claves:

  • El Convenio Marco sobre el Cambio Climático.
  • El Convenio sobre la Diversidad Biológica.
  • La Agenda XXI.
  • La Declaración de Principios de Río sobre Medio Ambiente y Desarrollo.
  • Principios Relativos a los Bosques.

No habría precedente en la historia contemporánea de las relaciones internacionales de un evento tan importante en materia ambiental. La GAIA advertía de los efectos irreversibles sobre la Biosfera sino se cambiaban los patrones de consumo y de producción de la especie humana. Era tiempo de que los Estados a escala mundial tomaran en serio una crisis larga y prolongada que amenazaría a todos los seres vivos, pues los efectos de un modelo de calentamiento de la economía le imprimían también altas temperaturas al Planeta.

Casi treinta años después de la Cumbre de la Tierra, los países han hecho poco o nada para revertir las advertencias de Río 92. Los países hegemónicos han puesto incluso en duda los datos de los expertos en cuanto al aumento de la temperatura a un punto casi sin retorno. La profundización del calentamiento global es proporcional al desarrollo del extractivismo, no solo como modelo actual energético civilizatorio, sino como forma de acumulación de capital.

 

Ver también Salvaguarda de los bosques y libre determinación: Estrategias de los pueblos indígenas frente al cambio climático

 

El Acuerdo de Escazú o del derecho a un ambiente sano a los Derechos de la Naturaleza

El Acuerdo de Escazú viene a ser una suerte de puesta en escena de lo aprobado como principios en la Cumbre de Río, esta vez hechos norma. Así tenemos que, algunos derechos como el de la información, a la consulta, a la participación en decisiones gubernamentales en materia ambiental, a los estudios de impacto ambiental y socio-cultural, a la transparencia y justicia ambiental, al IN DUBIO PRO NATURA y, en consecuencia, AL IN DUBIO PRO INDÍGENA, son derechos entre otros, que adquieren un enorme valor jurídico fundamental con este instrumento normativo.

Se trata de un acuerdo que puede servir de precedente para su desarrollo en legislaciones nacionales. Una vez más, al igual que la Cumbre de la Tierra, deben ser la Naciones Unidas quienes creen las condiciones para avanzar en una perspectiva universal ecológica.

De esta manera, la humanidad tendrá que sacar las lecciones que la actual Pandemia nos está dejando. El modelo de producción, consumo y acumulación basado en la energía fósil está provocando secuelas irreversibles en la naturaleza. Urge comprender que la supuesta mitigación de los impactos que las industrias extractivas generan sobre el ambiente ya no son suficientes para salvar al Planeta. A casi 200 años de la revolución termo industrial los daños sobre la naturaleza han comenzado su cuenta regresiva.

La naturaleza es un sujeto de derecho desde que, en el año 2008, la Constitución de la República del Ecuador incorporara sus derechos como parte del contrato social nacional. El deber de garantizar los Derechos de la Naturaleza es un asunto de todos. La vieja diatriba de la mayor responsabilidad de los países del Norte en la emisión de gases de efecto invernadero, hoy en día es reforzada por otra realidad en la que, la corresponsabilidad incluye a los países del Sur, haciéndose extensiva a los países amazónicos quienes utilizan la selva amazónica a su antojo, poniéndola al servicio del extractivismo.

Si bien la Cumbre de la Tierra fue un faro en la noche oscura de la crisis ecológica global, el Acuerdo de Escazú puede significar un nuevo comienzo. Exijamos que los gobiernos de la región Amazónica lo hagan posible parando el extractivismo, titulando los territorios indígenas como estrategia para la preservación de las fuentes de vida (agua, oxígeno y bosques).

Al trasluz de la Pandemia, podemos afirmar que en los países donde se ha profundizado el extractivismo hay mayores efectos sobre el Cambio Climático, en relación directa, paradójicamente, con aumentos de contagios y muertes por el COVID 19.

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Vladimir Aguilar Castro

Investigador Grupo de Trabajo sobre Asuntos Indígenas de la Universidad de Los Andes

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