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El pasado 8 de julio, Edgar Morin, uno de los más importantes pensadores vivos de nuestro planeta cumplió 100 años. Nacido en Paris con raíces sefardíes, antropólogo, sociólogo y filósofo fundamental de nuestra intensa y accidentada época, Morin ha desarrollado el grueso de su amplia y enjundiosa obra haciéndonos saber que la realidad es complejidad e incertidumbre, y que todo está inter-retro-ligado con todo. Su propuesta de un nuevo método riguroso, inter y transdisciplinario, versátil y abierto, así como su insistencia en que las ciencias y las humanidades no deben transitar por caminos distintos, lucen de una importancia capital a la hora de plantearnos la construcción de un mundo mejor en este nuevo y peligroso tránsito de la Humanidad por el Antropoceno.
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¿Y qué nos depara el Antropoceno? No lo sabemos a ciencia cierta, con precisión, pero sí somos capaces de entender que las dinámicas actuales no pueden continuar mucho tiempo so pena de dar al traste con la vida humana y su potente y diversa constelación de culturas, arrastrando consigo a una gran parte de la trama de vida que constituye la biósfera. Esto es lo que en la óptica de Morin constituye la muy probable opción de desintegración a la que pueden llegar nuestras sociedades por una continua y cada vez más veloz degradación. Lo que podamos y debamos hacer para sortear posibilidades catastróficas o apocalípticas asociadas al Antropoceno, pasa por comprender el mundo, la Naturaleza y lo social de otras maneras, por tejer nuestros análisis e interpretaciones de eso que llamamos la realidad con criterios abiertos de interrelación, interdependencia y holismo. Esto nos lleva a considerar la segunda alternativa del dilema que, en opinión del autor de marras, se nos plantea: la metamorfosis, que supone tomar conciencia del hecho de que no basta con la tecnología para adaptarnos y sobrevivir a esta nueva situación. El Antropoceno, un concepto originado en las ciencias naturales, es una señal fuerte del fin de la denominada Modernidad. Si bien es cierto que durante este período histórico han ocurrido cambios formidables, buena parte de sus valores, que condicionan las maneras hegemónicas de ver y habitar el mundo, deben ser radicalmente renovados. El cambio, la transformación necesaria de nuestra presencia en el planeta pasa entonces por el redescubrimiento de nuestra pertenencia al tejido de la vida que conforma la biósfera. No es sino urdiendo de nuevo nuestros vínculos con la Tierra, recordando que primero que todo somos terrícolas, que podremos emprender el sendero de reconciliación con la Naturaleza.
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El concepto de Antropoceno ha evolucionado diversamente desde que fue propuesto por primea vez en el año 2000, extendiéndose actualmente desde la definición de una nueva era geológica hasta una cada vez más utilizada metáfora para el cambio global, un nuevo marco analítico, un meme sobre la relación sociedad-naturaleza y el encuadre para nuevas narrativas culturales.
En su aspecto más medular el concepto de Antropoceno engloba los cambios sin precedentes ocurridos a escala planetaria que han resultado de las transformaciones sociales, al menos desde la Revolución Industrial de finales del siglo XVIII y, de manera más particular, a lo largo de los últimos tres cuartos del siglo. Se han documentado los conectados impactos a escala global de esos cambios, incluyendo los cambios pasados, presentes y futuros en materia de clima, biodiversidad, acidificación oceánica, composición atmosférica, depósitos de artefactos y radioactividad, calidad del suelo y del agua, y flujos de sedimentos. Ha puesto sobre el tapete los movilizadores sociales de cambio global, incluyendo cambios en tecnología, consumo de recursos, población, patrones de asentamiento, movilidad, culturas, ideas, comunicación e intercambio, así como conflictos civiles y militares. Aunque existe por detrás una larga historia de exploración de las interacciones humanas con el ambiente planetario, pocos conceptos relativos al cambio global han conocido una incorporación tan grande en los discursos técnicos, académicos, filosóficos y políticos, como ha ocurrido con el de Antropoceno. Geógrafos, expertos en ciencias de la Tierra, historiadores ambientales, filósofos, arqueólogos y antropólogos, se han interesado en cómo la gente y la naturaleza se han influenciado mutuamente a escala planetaria. No obstante, aparte del modelo Mundo del Club de Roma elaborado en 1972 y la Hipótesis Gaïa de Lovelock y Margulis, ambos fundacionales del concepto de la ciencia del Sistema Tierra, todos los intentos anteriores y aproximaciones más recientes al entendimiento de la acción humana sobre el planeta, difieren significativamente del concepto de Antropoceno tal y como se entiende hoy en día. El Antropoceno, en la versión propuesta por Crutzen en el año 2000, se basa en el concepto de Sistema Tierra, un solo sistema complejo de nivel planetario con sus propias propiedades, estados y modos de funcionamiento emergentes. Así, el Antropoceno puede ser considerado como un sistema socio-ecológico interdependiente (idea muy afín a los postulados de Morin). Esto se diferencia bastante de las ideas sobre presiones humanas que surgen de la combinación de crecimiento poblacional, cambio económico y tecnológico, que tienen un impacto en los sistemas naturales locales o globales clima locales. El concepto de Antropoceno ha probado ser una poderosa noción puente en las ciencias naturales, en la medida en que requiere un espectro completo de disciplinas relevantes para entender cómo funciona un sistema de ese tipo y cómo está cambiando. Pero además ha obtenido progresivamente importancia en las ciencias sociales y las humanidades, ofreciendo una interfase para abordar asuntos globales. Además, debido a que la llamada Ciencia del Sistema Tierra trata de considerar a la gente y la sociedad en tanto que insertas en el Sistema Tierra, el Antropoceno ofrece un conector entre las disciplinas. Requiere la inclusión total del análisis de los aspectos económicos, demográficos, ecológicos, políticos, simbólicos y culturales de las sociedades interconectadas globalmente, tanto como necesita presentar un panorama de interconexión entre la oceanografía, las ciencias atmosféricas, las ciencias de La Tierra, la glaciología y las ciencias paleo-ambientales. El concepto de Antropoceno invita a una revisión profunda de los modos dualistas utilizados por investigadores, analistas y comentaristas para aproximarse a dos mundos históricamente distintos: el mundo de los sistemas y procesos sociales, económicos y políticos, y el de los sistemas biofísicos del planeta. En este sentido ha puesto de relieve una tensión epistemológica que ha dividido a las ciencias naturales, las ciencias sociales y las humanidades.
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Así pues, en poco más de una veintena de años, el Antropoceno ha devenido en una noción que es actualmente ampliamente aceptada, sirviendo de puente entre múltiples disciplinas y más allá. En consonancia con el sentido de la búsqueda moriniana, la problemática del Antropoceno, la amplificación y aceleración de sus procesos, nos remiten a la prueba de que la Modernidad llegó a un punto de saturación: no sabe cómo resolver los problemas que ella misma ha generado. En este sentido, las visiones de inter y transdisciplinariedad, la idea de complejidad y retroalimentación entre dimensiones diferentes de la realidad, en relación dialógica con saberes no académicos, pueden contribuir sensiblemente a la oferta de salidas y soluciones viables a la crisis global que confronta la Humanidad. Desde la imagen metafórica de Gaía, popularizada por James Lovelock como sinónimo del Sistema Tierra (retomada por Morin y recientemente retrabajada por el antropólogo y filósofo francés Bruno Latour), hasta corrientes panteístas y animistas en el pensamiento ambiental occidental y en pensamientos no occidentales, muestran en el presente un interés creciente en imaginar otras formas de relacionarnos con el mundo, la naturaleza y el universo.