Por: Francisco Javier Velasco Páez
En todos los tiempos el agua ha simbolizado la pureza y el flujo de la vida, a veces inexorable, a veces bella para la juventud. Es simplemente imposible tratar el agua de otra manera. La primavera fría satisface la humedad del viajero fatigado con el mismo placer que la lluvia riega la tierra reseca por el sol. El agua no solo ha sido un símbolo de vida, sino también su esencia. En psicología, el agua también representa la energía del inconsciente y sus misteriosas profundidades.
No hay nada de sorprendente en el hecho de que la humanidad, a lo largo de su historia secular, haya tratado al agua con tanto respeto, Los científicos modernos han demostrado que toda vida en la Tierra proviene del agua, capturando una cantidad de humedad vital en sus organismos. Los investigadores se debaten todavía en torno al porcentaje de agua del cual se compone una persona, pero los símbolos que el agua comprende son aclarados y explicados desde hace tiempo por los estudiosos interesados.
Ver también: Ciencia y Cosmogonía en un húmedo viaje a las profundidades: el agua en el origen y la naturaleza del mundo y la vida
¿Es el agua una materia como las otras? El agua es, además de otras cosas, un verdadero elemento psíquico, un elemento que amasa las imágenes de nuestros sueños como en nuestros pensamientos, un elemento que reina en nuestra conciencia como en el inconsciente, un elemento que amamos en nosotros y fuera de nosotros.
Si nos situamos en un punto de vista psicológico, cabe preguntarse en qué medida, el agua no es solo un “recurso natural” disponible para las necesidades humanas, o una palabra cómoda para designar la estructura psicoquímica subyacente a aquello que nos aparece en el marco de nuestra experiencia fenoménica.
Estos dos aspectos de la realidad positiva y factual del agua, que nos remiten a los imperativos pragmáticos de la conservación de la vida y a las normas epistémicas de la investigación científica o industrial, no agotan todas las significaciones posibles que podemos asociar a esta materia que denominamos comúnmente “agua”.
Por el contrario, consideramos que es necesario subrayar el hecho de que, para el psiquismo humano natural, el agua es una materia inmediatamente valorada, en razón de su preñez simbólica y sus connotaciones imaginarias específicamente asociadas a la palabra “agua”, sobre todo cuando está valorada con adjetivos tales como “natural”, “pura”, etc.
Entendemos aquí por psiquismo humano natural una franja específica de la experiencia psicológica del ser humano que actúa en la unión del pensamiento claro, subordinada a la exigencia del ajuste de las representaciones a los hechos, que caracteriza la función de lo real (adaptación a la realidad tal y como ella es, natural y social), y del inconsciente, regido por valores de disfrute y bienestar, caracterizado por la tendencia a querer ajustar el mundo a nuestros deseos (principio de placer).
Se trata en suma de la “zona media” donde el pensamiento, todavía confundido, mezclando indebidamente hechos y valores, no está todavía purificado de acuerdo a los dos ejes posibles de sublimación, tal y como las describe Gastón Bachelard: por un lado, la sublimación, que tiene por objetivo racionalizar nuestras concepciones de los fenómenos, lo que implica la desubjetivación y la deshumanización de la experiencia, con miras a alcanzar la objetividad de la estructura H20 (reducción epistemológica); del otro, la sublimación poética, teniendo por finalidad sensibilizar, intensificar y bonificar nuestra experiencia por los valores oníricos, como medio de uso apasionado del lenguaje, sustraído a los imperativos utilitarios de la comunicación social y a las exigencias cognitivas de la información científica (amplificación imaginativa). Es en el horizonte abierto por este “entre-dos” que puede designarse metafóricamente el claro-oscuro del psiquismo.
Nos parece que este aspecto de las representaciones ligadas a los usos del agua, impregnadas de bases simbólicas y motivadas por valoraciones psicoafectivas, es por lo general ignorado, léase oculto, en beneficio de los conocimientos tecnocientíficos (sin las cuales no podría haber comercialización del agua de acuerdo a los procedimientos industriales).
Igualmente, esta omisión del valor simbólico del agua responde a preocupaciones socioeconómicas, éticas y ambientales que emergen en nuestros días en razón de la rarefacción de los recursos disponibles en la naturaleza, de las desigualdades flagrantes en la distribución de los recursos y de las consecuencias reales que de ello se derivan para la vida de las poblaciones humanas.
El espectro nocional del agua
En esta perspectiva simbólica, identificamos, hacemos explícita y delimitamos una banda específica del espectro nocional del agua, una franja de lo que pudiéramos llamar, retomando un concepto acuñado por Gastón Bacherlard, su perfil epistemológico.
Se trata de la ocurrencia de la “zona oscura” del realismo de la imaginación naïve, que consiste en sustancializar un fenómeno, en considerarlo como una riqueza que posee un valor, y que constituye la zona infra-racional de las significaciones cognitivas de una noción cualquiera, que precede no solo al enfoque empirista-positivista, caracterizado por el interés en la medida y la observación de los hechos brutos por medio de instrumentos (información cuantificada), sino también el enfoque específicamente racional y abstracto, caracterizado por el esfuerzo en determinar con exactitud las relaciones entre los factores que explican el fenómeno estudiado (desustancialización de lo real).
Esta franja del espectro filosófico de una noción permanece siempre activa, a pesar del acceso del sujeto pensante a las significaciones objetivas y racionalizadas de la noción. En el caso del agua, esto quiere decir que, a pesar de los conocimientos científicos y técnicos disponibles sobre la estructura del H2O y sus asociaciones con sus propiedades fisicoquímicas y sus efectos psicopatológicos que regulan el organismo, el agua sigue siendo susceptible de una valoración específica, motivada por las potencias psíquicas que no son reducidas por las críticas del intelecto, vale decir las potencias conjuntas de la imaginación, la afectividad y la sensibilidad.
Este tipo de valoraciones siguen presentes en la psicología del grueso de los humanos contemporáneos. Como si la figura legendaria del alquimista que soñaba con las materias naturales (seguramente latente en las figuras modernas del investigador de laboratorio, del ingeniero y del técnico especializado), pudiera ser despertada por las imágenes y las palabras con las que la mente entra inmediatamente en simpatía, y gracias a las cuales el sujeto puede participar en la acción con los valores de contacto determinados por una poética natural.
Ver también: Los imaginarios de las artes plásticas se zambullen en el agua
De esta manera, para quien bebe agua, este elemento siempre sigue siendo portador de un valor y una riqueza, nunca solo un hecho, por más objetivo y factual que pueda ser el gesto de ingurgitar un líquido o de manipularlo según las necesidades de un procedimiento de fabricación.
En este sentido, el agua obtiene su riqueza de la tierra que le transmite sus virtudes de pureza, entiéndase purificación. Beber agua mineral natural, desde el punto de vista de la imaginación, no podría reducirse (aunque nuestros análisis sean correctos) al simple consumo de un líquido. Si seguimos la impulsión de imágenes primordiales provocadas por términos ancestrales, beber agua de manantial es participar en los poderes del agua y de la tierra, es integrarlas al ser de quien bebe.
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