Este lunes 21 de abril el mundo amaneció con la noticia del fallecimiento del Papa Francisco. Más allá de las diversas opiniones o críticas que se puedan tener a la institución eclesiástica, los valores filosóficos que puedan sostener, o la actividad clerical del recién fallecido pontífice, hay un hecho que es importante destacar a quienes nos mueve la defensa de la vida y los ecosistemas; la encíclica Laudato Si, firmada el 24 de mayo de 2015.
Esta es un paso importante en una institución caracterizada por su impermeabilidad a los cambios sociales y culturales; incluyendo a la misma, su membresía e instando a su feligresía a tomar conciencia sobre la problemática ambiental y la crisis climática. Pese a la cosmovisión judeo-cristiana sobre la naturaleza y el humano, es importante la reflexión que se hace en este documento sobre la mala interpretación existente sobre la superioridad del ser humano sobre el resto de los animales “Recuerda con firmeza que el poder humano tiene límites y que «es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas”.
Gracias a esta encíclica han forjado alianzas entre la curia y organizaciones ambientalistas, así como han mejorado relaciones entre grupos indígenas y sacerdotes, especialmente en Latinoamérica, que unen fuerzas para frenar la expansión del extractivismo. Esperamos que en el futuro se mantenga esta visión sobre “la casa común”, el respeto a los demás animales, a los ecosistemas y que la Iglesia se involucre más en la preservación de las condiciones que sostienen la vida, los ecosistemas y su diversidad; y pueda convertirse en un actor importante en la lucha contra los políticos negacionistas y los intereses privados que ponen por encima las ganancias pecuniarias a corto plazo, por encima de la vida en general.