Cerca de Caracas, en el municipio Zamora (Guatire), existe una comunidad rural llamada El Salmerón, en la parroquia Bolívar (Araira), la cual está más cerca de Capaya y Caucagua que del propio Guatire. Estuvimos hablando con Luis Lara, un excursionista que tiene más de 30 años de experiencias, recorriendo la región, con conocimientos ecológicos, edafológicos y sociales de la zona; miembro de la Fundación Guayare-Eco. Ha sido una localidad de vocación agrícola, donde se desarrolló la producción de cítricos, especialmente mandarinas, creando un paisaje particular en esa zona del estado Miranda. Lamentablemente, el mercado de mandarinas se ha visto reducido y la producción del Salmerón desplazada por la de otras zonas del país; así como han sufrido de enfermedades, las plantas, atacadas por insectos, y el crecimiento poblacional, ha provocado una caída en la producción.
El paisaje es montañoso, pero no de grandes elevaciones, las más altas apenas superan los mil metros, donde destacan el topo Las Pavas. La zona forma parte de la cuenca del río Salmerón, el cual se conforma por dos corrientes, el Brazo Grande, que se alimenta de la cordillera de la Costa, y Brazo Chiquitio; siendo de diferente caudal. Al unirse se forma el río Salmerón que al juntarse con la quebrada Los Bagres, se conforman en el río Capaya. En el sector del Brazo Grande es donde se encuentran las principales cascadas y pozos que atraen a los visitantes. La región cuenta con cuevas, puesto que forma parte del mismo bloque kárstico de la cueva Alfredo Jahn.

La crisis nacional ha generado un clima de precariedad para los habitantes de El Salmerón, unido con la baja producción y comercialización de las mandarinas. Buscando soluciones, en el río Brazo Grande, en las adyacencias del sector Juan Torres, donde se encuentra el pozo tres cascadas; donde hay un salto de agua amplio con un pozo natural que tiene gran belleza y atractivo turístico, que desde hace tres años está siendo visitado, pero recientemente se ha viralizado. La Fundación Guayare-Eco denuncia que recientemente se contaron 150 motorizados que vinieron de Caracas al sitio, generando una importante degradación del ecosistema y desmejoramiento del paisaje. Lamentan que los turistas no han tomado previsiones con los desechos sólidos, dejando basura regada junto al cauce del río.
Advierten además, que las prácticas agrícolas que vinieron siendo utilizadas, basadas en el monocultivo y la siembra intensiva, en suelos principalmente arenosos han cambiado mucho la morfología de la capa vegetal. Lo que eran exuberantes bosques húmedos, producto del choque de los vientos que llegan del mar con las montañas; ahora son colinas taladas. La selva fue desmontada para establecer sembradíos de mandarina, que al cabo de unos cinco años deben ser reasentadas, pues el suelo ha perdido el humus que le da la fertilidad. Con el tiempo, la mayoría de las montañas han quedado desprovistas de árboles, lo que deriva en mayor erosión durante las lluvias y riesgos de deslaves.

Las pocas zonas boscosas que quedan son las que se mantienen al margen de los ríos, que ahora están siendo fuertemente intervenidas por la mayor afluencia de visitantes de las ciudades. Esta zona se ha convertido también en el refugio de la poca fauna que queda, aorillada a estos oasis selváticos, que vuelve a ser desplazada por los visitantes, la falta de regulaciones y control, así como la carencia de infraestructuras para atenderles. La sobrepesca, afirma Luis Lara, es otro problema que viene afectando la zona, los ríos se ven abordados de locales que, a petición de los turistas, extraen principalmente camarones, así como otras especies comestibles, en enormes cantidades, sin tener en cuenta el impacto que pueda tener en las poblaciones y su capacidad regenerativa.
Otro problema lamentable es la carencia de formación para los habitantes de la zona para atender la demanda turística. Muchos conocedores del terreno se han ofrecido como baquianos, pero sin la formación adecuada ni el criterio para atender a turistas que pueden carecer de las condiciones físicas para adentrarse en el terreno de las excursiones. Esto ha generado un leve aumento de accidentes, especialmente de mordeduras de serpientes, tanto a turistas como a baquianos, que preocupa a los grupos de senderistas con experiencia, que se preguntan si hay la suficiente infraestructura médica para atender los accidentes o si el suero antiofídico no escasearía, si se mantienen las tasas de producción para responder a un aumento de la demanda. También la necesidad de talleres y cursos de primeros auxilios, necesarios para garantizar la seguridad y salud de las personas.
Hay preocupación con la protección de la fauna, que es víctima de la cacería, tanto para la subsistencia de los habitantes, pero ahora posiblemente también para le “disfrute” de algunos turistas. Lo que hace pensar en que urgen planes y formación orientada a un turismo más ecológico, vinculado con la naturaleza, que busque la protección de su diversidad. Pero también es una importante oportunidad para que la agricultura de la región se reinvente, de forma regenerativa, para devolverle la vida a los suelos y reorientar la producción agrícola.

El Salmerón vive hoy en una encrucijada, puede seguir incentivando el turismo desbordante, sin buscar ayuda para organizar las visitas a sus parajes y ver como con el tiempo, en corto y mediano plazo, son degradados y pierden el atractivo hasta dejar de ser visitados. O pueden reinventarse como una localidad agroecológica y agroturística, que construya un modo de vida alternativo, autónomo y cónsono con la naturaleza, conservando sus ríos, sus bosques, sus suelos y una vida sana y armónica.