Francisco Javier Velasco Páez
Imagen destacada Dársena de Axpe (Erandio, Vizcaya), en la orilla derecha de la ría de Bilbao. Imagen de la exposición ‘En el tiempo. Carlos Cánovas’, del Museo ICO CARLOS CÁNOVAS VEGAP
Como ya hemos señalado en otras oportunidades en este mismo medio, el término Antropoceno acuñado por Paul Crutzen y Stoermer (2000) se propone para designar una nueva época geológica, en la cual la humanidad constata su poder para transformar el planeta Tierra a escala global, al tiempo que cada vez más gente observa con preocupación las reacciones negativas que está provocando. Esta concepción objetivada de la realidad en la que vivimos es el resultado de una serie de trabajos científicos que se remontan, al menos, a los años sesenta del siglo XX y que no han dejado de advertir a las sociedades humanas de los efectos potencialmente catastróficos del consumo excesivo de recursos planetarios, de una precarización de los lazos sociales entre los seres humanos y de las limitaciones impuestas a sus cerebros.
La originalidad de esta noción no reside en el hecho de que la actividad humana está cambiando el mundo, puesto que esto ya había sido previsto en el siglo XIX, sino en que la humanidad es la fuerza geológica de nuestra época. El cambio climático y muchos otros fenómenos cada vez más fuera de control atestiguan una nueva situación donde convergen la historia humana y la del planeta. Con esto, otra visión de la Tierra aparece y se propaga: no la de una Tierra pasiva que el ser humano tendría por misión conquistar, sino una Tierra indócil, indomable, imprevisible, mucho más proclive a los desórdenes de lo que imaginamos. Con la entrada en el Antropoceno los seres humanos comenzamos a tomar conciencia de que la Tierra y la Naturaleza no son constantes ni eternas, sino que están sujetas a bruscos sobresaltos y que éstos pueden estar ligados a la actividad humana y, en ese caso, ser mucho más veloces que los que responden a una dinámica puramente natural.
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La idea del Antropoceno ha permeado otros campos más allá del de las ciencias naturales en el que se originó, convirtiéndose en un zeitgeist cultural, un catalizador de numerosas reflexiones y debates culturales, filosóficos, religiosos y políticos acerca de cómo entender y responder a la dominación humana del nuestro planeta. En este contexto, el tema y su posible aceptación como algo inevitable por parte de importantes comunidades y sectores de la sociedad, puede tener consecuencias indeseables en momentos en que arrecia la crisis ecológica global y, en particular, la crisis climática plantea peligro inéditos en nuestra historia, al tiempo que abunda una retórica “ambientalista” vacía en los poderes constituidos globalmente. La aceptación acrítica del Antropoceno como división del tiempo geológico, de cambios que llegaron para quedarse y para seguir produciéndose y propagándose, implica una resignación ante el descomunal avance de la depredación y los problemas humanitarios que se le asocian.
En este sentido y sin pretender “ocultar la cabeza como el avestruz”, ignorando la magnitud de las transformaciones en marcha, conviene detenerse, en la perspectiva de búsqueda de alternativas, en el examen de factores claves que están incidiendo de manera medular en su génesis y perpetuación.
Para tratar de responder a los inconvenientes del Antropoceno han surgido multitud de proyectos, algunos muy costosos, como por ejemplo aquellos que se inscriben en la llamada Geoingeniería, un conjunto de propuesta de diversas megaintervenciones en los procesos climáticos globales para determinar sus cambios, principalmente en la atmósfera, el espacio y los océanos (Velasco, 2018), entre ellas enviar azufre a la estratósfera, reintroducir plancton en los océanos, colocar miles de satélites en órbita para desviar los rayos solares, etc. Todas estas respuestas son tecnológicas y derivan de las mismas arquitecturas tecno-organizacionales que han impactado considerablemente el planeta desde el siglo XIX. En consecuencia esas “soluciones” están demasiado cerca del mal que busca circunscribirse, se inscriben en un solucionismo tecnológico demasiado ingenieril, en una visión tecnologista reductora que convierte problemas complejos, con múltiples dimensiones interdependientes, en problemas simples y meramente técnicos.
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En las fuentes del Antropoceno se encuentra el proceso acelerado de industrialización, conjuntamente con su gran y creciente despliegue tecnológico. Ahora bien, en nuestros días el sistema técnico se impone cada día más como realidad y los desafíos que plantea la técnica al planeta entero exigen tanto una meditación sobre nuestro destino (y nuestra condición) como una reflexión sobre la naturaleza global de las diversas sociedades humanas. Desposeída de su tiempo, la sociedad se encuentra desposeída cada vez más de su territorio y de sus espacios de vida, tanto como ella se ve desposeída de sus espacios para la reflexión. El propio Estado se comporta como una mega máquina en contra de las relaciones autónomas y las expresiones de auto-organización de la sociedad: la burocratización, la mercantilización y la militarización se extienden hacia nuevos dominios sociales y naturales con una razón que se retroalimenta con un proyecto de dominación en el que el humano pretende ser el dueño y señor de la Naturaleza.
Denominamos tecno-logía, aquí en este marco, a un desencadenamiento cultural vampirizador en cuyo contexto occidente, con una deriva etnocéntrica (en la que destaca la cultura hegemónica estadounidense contemporánea) ofrece a otros pueblos y culturas una razón desprovista de sus contenidos, un universalismo formal que le asegura una dominación sobre los seres y sobre las cosas que nunca antes habían sido alcanzadas. El universalismo formal y abstracto del tecnologismo se presenta como a sí mismo como ventaja del ideal científico, que otorga a la técnica un rol central en la resolución de problemas (Squarzoni, 2010; Schmuchler, 2001; Zucarino, 2010).
La coalescencia del ideal científico con lo tecnocultural es tal que toda enseñanza que no se corresponda con la imagen de la ciencia se ve ipso facto catalogada de “irreal”. El tecnologismo viene a ser un camuflaje ideológico de una tecnología de la representación que hace imposible toda representación de la tecnología. En efecto, la tecnología elimina toda distancia diferencial entre la cosa y su concepto, todo residuo diacrónico de una sincronía. Lo real es consumo, hace cuerpo con el uso y la función, a tal punto que muchos niños en las ciudades ya no se representan objetos en una constelación histórica de producción de sentido. Así, por ejemplo, las latas de sardinas son pescadas en el mar, los peces tiene la forma de un rectángulo con un punto negro localizado en un ángulo. De esta manera el niño no establece diferencia entre un pez y su transformación industrial que la hace alimento congelado. La imposibilidad de representación de un sistema técnico se traduce tecno-lógicamente, tecno-culturalmente en eliminación de la responsabilidad individual y colectiva cuando el tecnologismo hace de ese sistema un ambiente bio-técnico de nuestra supervivencia en slogans culturales.
La fuerza del impacto del tecnologismo (su racionalización ideológica ex post facto expresada en un determinismo tecnológico) proviene esencialmente del hecho de que es un discurso sobre la técnica, es decir, sobre la potencia. Su planetarización da lugar a una situación paradojal: consagra el logro planetario de la potencia de lo racional al tiempo que engendra un nihilismo de valores y fundamentos, un colapso de referencias civilizatorias y ecosociales. Además, mientras más compleja es la tecnología, vale decir potencialmente dañina, mayor es el secreto sobre las técnicas desarrolladas y utilizadas que debe ser preservado por los investigadores, los tecnólogos, los empresarios, las autoridades estatales, etc.
Las tecnologías no son neutras: sus raíces, diseño, evoluciones y apropiaciones recurrentes emergen de “la condensación e interacción de intereses económicos y políticos con mediaciones sociales y conflictos simbólicos” (Martin Barbero, 2002). Las tecnologías son lugares de sedimentación de saberes que generan acciones, promueven formas de interacción entre los humanos, con nosotros mismos y con la Naturaleza. La creación de tecnologías y su apropiación se dan desde cosmovivencias particulares y concretas pero ciertamente también operan en esto dinámicas complejas de interculturalidad. No obstante, el sistema-mundo moderno se ha organizado en torno a una lógica hegemónica que confiere a la tecnología un carácter cuasi religioso, que consagra un fundamentalismo.
Los humanos hemos desempeñado un papel esencial en la creación de los sistemas tecnológicos del Antropoceno. Sin embargo, la tecnología considerada en gran escala (la “Tecnosfera”) opera de acuerdo a una dinámica cuasi autónoma en la que la mayor parte de los humanos no puede influenciar de manera significativa el comportamiento de grandes sistemas tecnológicos ni tampoco controlar un sistema tecnológico que expresa un número de comportamientos mucho más grande que los propios.
Para hacer frente al Antropoceno resulta superfluo avanzar categorías de control y del buen uso de la técnica que no hacen sino agravar la esencia manipuladora del tecnologismo. Hay necesidad de conformar una cultura de transición en un marco de diversidad. No se trata de apostar por una tecnofobia, la tecnología es importante pero los retos más importantes y difíciles remiten a cómo transformar los sistemas culturales, sociales, políticos y económicos, como cambiar los modos de vida dominantes y, en última instancia cómo transformar nuestras cosmovisiones y nuestra manera de relacionarnos con la Naturaleza. A partir de allí podemos plantearnos, en el marco de un gran diálogo intercultural que convoque a la discusión de una multiplicidad de visiones del mundo, la búsqueda de salidas a la crisis civilizatoria planteada por y en el Antropoceno o en su defecto imaginar bifurcaciones.
Referencias bibliográficas
Crutzen, Paul J. & Stoermer, Eugène (2000). «The ‘Anthropocene’ «. Global Change Newsletter, n°41, pp. 17-18. [The International Geosphere–Biosphere Programme (IGBP): A Study of Global Change of the International Council for Science (ICSU)
Martín–Barbero, Jesús (2002), «Tecnicidades, identidades, alteridades: desubicaciones y opacidades de la comunicación del nuevo siglo», en Diálogos de la comunicación, Guadalajara: ITESO.http://www.infoamerica.org/documentos_pdf/martin_barbero1.pdf
Squarzoni, Alfredo (2010) “Scientismo e tecnologismo” en Filosofia Oggi, Vol. 33, Nº. 130-131, 2010, págs. 139-153
Schmucler, Héctor (2001) “Apuntes sobre el tecnologismo o la voluntad de no querer”; en revista Artefacto nro.4, Buenos Aires.
Velasco Páez , Francisco Javier (2018) APRENDICES DE BRUJO, CANTOS DE SIRENA Y CAMBIO CLIMÁTICO: EL PELIGROSAMENTE SEDUCTOR ESPEJISMO DE LA GEOINGENIERÍA, Observatorio de Ecología Política https://ecopolitica.lalibre.net/2018/10/08/aprendices-brujo-cantos-sirena-cambio-climatico-peligrosamente-seductor-espejismo-la-geoingenieria/
Zuccarino, César Rogelio (2010) El tecnologismo: la técnica como condición para la deshumanización.
https://restagnozuccarino.files.wordpress.com/2010/03/el_tecnologismo.pdf