Elecciones de solidaridad: crónica de un dispositivo de protesta

ARTÍCULO del N° 4 de nuestra Revista Territorios Comunes. Descargue aquí el número completo

Eduardo Burger / LABO (Laboratorio Ciudadano de NoViolencia Activa)

Entre 2018 y 2020, el LABO desarrolló varios dispositivos enfocados en integrar con mayor ahínco el ejercicio y el concepto de solidaridad como práctica estratégica de la Noviolencia Activa frente al autoritarismo imperante en Venezuela y su efecto sobre la ciudadanía, incluyendo su acceso a los servicios de salud. Fue así como surgió Elige Solidaridad, cuyo planteamiento fue el de “hackear” y subvertir la narrativa de elecciones dudosas dedicadas a imponer prácticas autoritarias, bajo la premisa de que la democracia ha de ser, ante todo, tan sostenible como cada un* de sus ciudadan*s.

Abstención Solidaria. Sabrosa nos sonaba la paradoja. El nombre tenía gancho y el concepto nos hacía alucinar con la posibilidad de ofrecer una alternativa a los cuestionables comicios presidenciales venezolanos de mayo de 2018. La idea, iluminar un tema crítico: la solidaridad.

Las elecciones, en aquel entonces, otra vez planteaban la lógica del falso dilema. Lúcidas o no las airadas opciones que se debatían, desde interpelar la legitimidad de los comicios a la revisión de las posturas, la viabilidad de una salida negociada al conflicto o los caminos de la violencia; todo inspiraba división, desencanto, mejor dicho, desesperación. Las ONG focalizadas en los derechos humanos podían o no documentar, denunciar y difundir los atropellos generados por el manido proceso electoral, los líderes políticos medían su participación o no en la contienda en razón de no perder las esenciales cuotas de poder y la sociedad en general experimentaba, tras un período de intensa efervescencia y protagonismo durante el ciclo de protestas de 2017, los asomos de otra crisis de confianza, una más, otra vez.

Se respiraban duelos durísimos. La resaca de los destellos y desengaños, de los logros y miserias de las enormes marchas que habían agitado la ciudad, pesaba sobre los cuerpos, sobre las calles. Pero todavía había ímpetu.

Actuar, aún en nuestra limitadísima escala, nos parecía imperativo. Diseñar alguna clase de respuesta que invitara a la desfragmentación y la generación de confianza, de reconocimiento del desamparo que vivíamos se sentía crucial. Nos inventamos, con descarada ingenuidad, el concepto de Abstención Solidaria.

La idea tenía su encantadora sencillez y ponía el dedo en la llaga. Entre l*s ciudadan*s que censuraban los comicios, aquell*s que pugnaban por participar en los mismos y aquell*s que podían incluso sentirse amenazados si no se presentaban a la mesa, todo era debatible menos la realidad doliente de que vivíamos en una emergencia humanitaria compleja. ¿Alguien exageraría al decir que también le dolía, en el cuerpo, la frustración de no hallar respuesta íntegra al colapso?

“El aire está lleno de nuestros gritos, pero la costumbre ensordece” dice el viejo Sam Beckett (1982, p. 57).

El adagio vale no solo para nuestras lesiones y traumas, que se solapan; no solo para la continua opresión a la que se nos somete; sino también para los incontables ejercicios de solidaridad que, desde hace décadas, l*s venezolan*s desarrollan desde todos los ámbitos y perspectivas, mucho antes de que la catástrofe fuera catástrofe y el colapso, colapso.

Ante el panorama fragmentador que asomaban las elecciones de aquel entonces, ¿por qué no podíamos ser solidari*s con nuestro desamparo, con el abandono y el daño antropológico al que se nos exponía?

Un dólar, un voto. La premisa era polémica, irreverente y peliaguda. A través de un crowdfunding alojado en un país con posibilidades de auditoría robusta, bajo un esquema de transparencia y código abierto que a su vez, sin muchas complejidades, podía contribuir al anonimato; se invitaba a cada ciudadan* venezolan* a destinar un dólar a una organización o iniciativa solidaria de probidad. Así, cada quien podía manifestar de manera potente, conmovedora, beligerante y compasiva; su incomodidad, su cuestionamiento, su rechazo, su desacuerdo o su abstención frente a los comicios dudosos, que nos atascaba en falsos dilemas mientras avanzaba la devastación. Un voto de amparo, empezábamos a llamarlo. Si no había condiciones para elegir ninguna opción, narrativa o tentativa, para empezar, debíamos buscar mecanismos para elegirnos un*s a otr*s desde un mínimo ejercicio de confianza.

-¿Y qué hay de las personas que no pueden siquiera manifestarse con un dólar? ¿Y de quienes se sienten amenazados si no van a votar o si más bien lo hacen? ¿Y de los refugiados? ¿Y de las personas sin conexión?- nos preguntaban.

-A través de otro, de alguna persona de confianza, de algún afecto en mejores condiciones, pueden lograr su anónimo voto de amparo enviándoles un mensaje de texto -respondíamos, más segur*s de lo que acaso debíamos estar.

Otras preguntas iban y venían. Insistíamos en aquel momento en que el aporte debía tener una representación numérica -en este caso, monetaria- para que se cumpliera la función de un dispositivo de protesta solidario, una manifestación masiva y contundente, de apoyo de unos a otros, de amparo y a su vez, de rechazo a las condiciones en que ocurrían los comicios.

Una sola observación en aquel entonces nos llevó a engavetar la iniciativa. Había poco tiempo, no habíamos generado las alianzas y conexiones suficientes, sin esa socialización y construcción colectiva, la integridad de la propuesta se vería amenazada. Dicho de otro modo: no era sostenible.

La sola afirmación, nos dio en la madre. Es verdad, no teníamos cuerpo para desplegar la campaña.

Solidaridad y sostenibilidad

Solidaridad. En su etimología nos invita a pensar en solidez, es decir, en la condición de lo sólido. Conviene preservar la distancia entre los términos para experimentar su sentido. No lo sólido, sino la condición de lo sólido. Lo que hace a algo consistir, esto es, tener cuerpo.

Hacer un trabajo arqueológico del término excede el carácter borroso de estas notas y la capacidad de quien las escribe. Digamos que el concepto se entroniza en la lucha de clases, en los esfuerzos gremiales y sindicales; que brillan con potencia en el movimiento que lideró el electricista de un astillero para desmontar cierta dictadura en Polonia. Agreguemos, acaso, además, que con el apodo de solidaridad una vicaría en Chile amparó a las víctimas de la tiranía de Pinochet y que algún Papa no menos polaco, recalcó cómo la solidaridad conlleva a implicarse en el destino del otro.

Para ser honestos y precisos, si he de remitirme al lugar desde donde intentamos comprenderla y ejercerla muy modestamente desde el LABO, digamos que desde un principio formó parte de una meditación constante, especialmente después de que se apagaran las protestas de 2017.

Entonces debatíamos en torno a lo que, erradamente o no, se nos presentaba como dos vertientes de la Noviolencia Activa. Comprendíamos por un lado una visión táctica, que mal llamábamos “sharpeana” por vincularla a las propuesta de Gene Sharp, y una que asociábamos a la idea de hacer comunidad en el marco del programa constructivo que proponía Ghandi. Fragmentos de una nota de Efecto Cocuyo sobre una actividad que en el LABO realizamos en mayo de 2018, asoman las aristas más sencillas de aquel debate en la voz de algunos de sus interlocutores (Moreno-Losada, 2018):

“Después de las protestas, todos entramos en un estado zombie. Entendimos que teníamos que evolucionar. Ahora nos vemos como conectores entre ideas y personas”

“Nos hemos dado cuenta de que en Venezuela hay una proliferación del término solidaridad y esto genera una sensación del cántaro vacío, ¿cómo se llena eso?”

“Esto nos obliga a tener una reflexión profunda sobre la ayuda humanitaria para Venezuela. Es algo necesario, pero complicado. Una ayuda humanitaria puede socavar la misma dignidad que busca rescatar”

Más allá del debate abierto, realizado bajo la lógica de laboratorio, los dispositivos de solidaridad que intentábamos ensayar, pronto encontraban alguna clase de barrera o límite que, me atrevería a afirmar, eran los de la solidaridad misma, es decir, la integridad de su ejercicio. La sola idea de un “dispositivo” de “solidaridad” parece estar en juego con la idea de que, desde la perspectiva de esta última, no se puede ayudar a otro sin implicarse en su existencia.

La preocupación en aquel entonces radicaba en cómo las acciones de solidaridad podían generar deudas en quienes las experimentaban y, aún desde un ámbito de reciprocidad, producir jerarquías sometidas a ejercicios de poder y contribuir a la estigmatización.

Empezábamos a tantear la idea de que la solidaridad, esto es, la condición de lo que consiste, más que ayudar, es hacer tejido social, implicarnos mutuamente en nuestros desamparos y hacernos cobijo. Hacer cuerpo en la devastación.

Es Levinas (1993, p. 110) quien, en su ensayo Entre nosotros, nos recuerda que “el otro subsiste tras el concepto que le comunico” y que nuestra relación con el otro desborda la comprensión. Atreviéndonos a una arriesgada y errática trasposición, la solidaridad está más allá del concepto desde el cual la tramamos en relación con el otro, más allá de nuestras posturas, pero también de las finalidades y, sin embargo, hace consistir o da consistencia a dicha relación. Como escapa de la comprensión, esto es, de sus pretensiones, de la instrumentalización, nos implica en nuestro propio desamparo.

Es decir, desde una perspectiva idealista, ejercer la solidaridad va de la mano de reconocer el propio desamparo y nos lleva inevitablemente a ese descampado. La ayuda que brindo o recibo no es una solución definitiva, antes la interpela y, sin embargo, genera un intercambio, especialmente desinteresado de auxilios cuya consistencia -cuya solidaridad- invita al reconocimiento, a la dignidad, a la confianza.

Hacerse amparo

“Hace mucho, mucho tiempo, estoy solo ahora, en un mundo remoto, ancho e incierto.

Sin embargo, cuando el resplandeciente sol desciende,

cuando el viento languidece poco a poco,

cuando la espuma del mar duerme

y el ocaso roza el borde de la madre tierra, retorno al hogar.”

(Kubrick y Trumbo, 1960)

Poco antes de que la pandemia estallara me dio por ver de nuevo la película Espartaco. El contraste entre las melodramáticas escenas de los protagonistas y aquellas más crudas, casi documentales, a través de las cuales los extras representaban un éxodo, me había cautivado. Pensaba, sin darme cuenta, en la realidad de nuestros propios éxodos. En especial, en inglés, el último verso cantado por Antoninus, repetido a lo largo de varias estrofas, me resonaba. “I turn home”. Me vuelvo a casa, retorno al hogar; tratándose de esclavos atrapados entre dos destinos inevitables, el sueño de fuga o el combate desigual, “me vuelvo casa” apareció como una traducción inquietante. 

Hacerse casa, hacerse amparo, compartirlo. Creo que el régimen de cuarentena para l*s venezolan*s desperdigad*s en incontables territorios provocó no poca perplejidad y desazón. En nuestras diásporas dentro y fuera del terruño, dentro y fuera de lo que alguna vez habían sido nuestras relaciones, vocaciones, profesiones, debíamos permanecer en casa y, a su vez, hallarnos extrañados, fuera de lugar, en un mundo doblemente ignoto. Al éxodo, a la precariedad, se sumaba avanzar por la experiencia incomprensible de una pandemia global. Vaya extrañamiento. Creo que es Adorno quien dice que la mayor forma de moralidad es no sentirse en casa en la propia tierra. No había aquí, sin embargo, tierra propia o impropia.

En alguna sopa de Wuhan, cuando los filósofos empezaron a clamar en el desierto y hasta la razón no pudo desembarazarse del afán de presagio, resonaron entre nosotr*s las palabras de Paul Preciado, para quien el planeta entero era sometido a las “medidas estrictas de confinamiento e inmovilización que como comunidad hemos aplicado durante estos últimos años a migrantes y refugiados -hasta dejarlos fuera de toda comunidad-” (2020, p. 170).

A fin de cuentas, l*s refugiad*s venezolan*s eran sometidos a estigmatización por parte del gobierno. Su condición de precariedad y desamparo era en todo similar a la de muchas regiones vulnerables del país, especialmente en los barrios.

“La pandemia actual no solo está afectando nuestra salud y la de nuestras familias y comunidades, también nos está poniendo ante grandes adversidades de todo tipo. Además, en un país como Venezuela, la curva del Covid-19 se suma a las curvas del hambre, el colapso de los servicios, la violencia, la represión y la fragmentación social” (LABO, 2020a).

Semejante exposición a la intemperie, paradójicamente a través del confinamiento, daba otra vuelta de tuerca al terror al cual hemos estado expuestos durante estos años. El texto anterior pertenece a la descripción de un segundo ejercicio organizado de solidaridad durante la pandemia, en alianza con otras cinco organizaciones: Historias Que Laten, El Bus TV, La Guarura, el Observatorio de Ecología Política y Ciudad Laboratorio. Lo llamamos GenteHaciendo.

“Queremos abordar este difícil tiempo poniendo nuestra mirada y nuestro hombro a las diferentes solidaridades sociales que surgen, a lo que está haciendo la gente para resistir y para ayudarse” (LABO, 2020a).

Pronto la iniciativa se desbarataría. Hacerse casa, darnos amparo pasaba por asumir esa precariedad radical, hacernos sostenibles unos a otros. Por diversos motivos, no fue posible para las cinco organizaciones y las personas que forman parte de ella darle sostenibilidad a esa campaña que arrancó con tanta fuerza.

Movid*s por el frenesí que implicaba responder a la pandemia desde la lógica del programa constructivo, de hacer comunidad, GenteHaciendo había sido una continuación más sostenible de Frena La Curva, un enfoque de alcance global nacido en España, similar a la hora de visibilizar y articular distintas iniciativas autónomas dedicadas a ayudar a la gente en medio de la pandemia.

“El Estado debería hacer esfuerzos por convocar a los sectores profesionales de la sociedad mejor capacitados para atender la contingencia. Sin embargo, centraliza el poder y profundiza sus mecanismos de control social. De manera que nuestra población, especialmente la más vulnerable, queda sumida en una circunstancia de absoluto desamparo que nos obliga a asumir el desafío de la pandemia desde la autonomía y la autogestión” (LABO, 2020b).

Nuestro intento por integrar GenteHaciendo a la extraordinaria iniciativa de Frena La Curva no cuajó como esperábamos, no fue posible darle continuidad. Pero sus destellos nos ayudaron a comprender mejor qué tipo de dispositivo podía contribuir a ese ejercicio de solidaridad que, desde hace ya décadas, frente a la devastación, desde las más variopintas escalas y perspectivas, realizan l*s venezolan*s dentro y fuera del terruño.

Elige solidaridad

Tejer, enredar, articular, contribuir al “flow”, a la consistencia que mueven los vínculos, las conexiones, visibilizar la extraordinaria diversidad de respuestas, a su vez, contribuir a experimentar, a vivir la experiencia de amparo, el rescate de la confianza que nos hace sostenibles; eso buscábamos. Así que nos dio otra vez por atrevernos a pensar en un dispositivo que, en vez de establecer un aspecto o un enfoque de solidaridad, contribuyera a la misma, tal y cual como la venían ejerciendo incontables venezolan*s desde sus distintas historias, contextos y afecciones.

Entonces, a finales de 2020, una vez más se nos presentó una nueva coyuntura electoral, con su plétora de disensos, imposturas, dudas e interpelaciones, entre ellas, la carencia de condiciones materiales del sistema electoral para garantizar un ejercicio pleno. Decidimos desempolvar el dispositivo de “Abstención Solidaria”. Más temprano que tarde, nos topamos con la necesidad de asumir los difíciles aprendizajes que experimentamos como laboratorio.

Lo primero fue implementar la escucha atenta a la hora de desarrollar las alianzas. Surgieron distintas perspectivas sobre el dispositivo. A algunas organizaciones les hacía ruido la petición de dinero, similar a la de “Abstención Solidaria”. Otras abogaban más bien por inspirar las más cotidianas acciones de solidaridad. Lucía inevitable considerar que debíamos contribuir a valorar los más disímiles ejercicios en las más diversas escalas. Nos preguntábamos por el alcance, por los límites, por no entorpecer sino fortalecer las iniciativas ya existentes al movilizar apoyo hacia las mismas. Queríamos insistir en una campaña que se desplegara desde una perspectiva de “red de redes”. El nombre original, nos sugirieron, debía irse. Sin duda, la palabra abstención tenía connotaciones negativas. En algún momento, ya a punto de volver a tirar la toalla, se nos sugirió que el valor de la propuesta radicaba especialmente en su capacidad para invertir los términos de la ecuación. En vez de emplear la solidaridad para fines ajenos a la misma, una instrumentalización que aquí y allá ha contribuido a la devastación, el ejercicio en este caso invitaba a “hackear” esa lógica y emplear la coyuntura política como herramienta para favorecer el ejercicio de la solidaridad.

Acaso la solidaridad solo es íntegra cuando actúa en función de sí misma. Lo cual no quiere decir que, en consecuencia, resulte crítica y estratégica a la hora de desmontar el aparato opresivo.

Sea como fuere, nos angustiaba vivir por segunda o tercera vez un llamado a elecciones que mucho tenía de falso dilema y que, una vez más, no pudiéramos generar una manifestación de protesta que insistiera en atender la emergencia humanitaria que vivíamos. Cualquier elección sostenible debía pasar por condiciones para la ciudadanía y dichas condiciones pasaban por la atención cabal a la crisis. Inspirad*s por la retórica de l*s emprendedor*s, nos decantamos por el mínimo producto viable, el mínimo ejercicio posible que, como respuesta ciudadana, manifestara nuestra posición frente a los comicios parlamentarios de 2020 y, a su vez, contribuyera de algún modo a atender las vulnerabilidades que padecíamos como ciudadanía.

Elige Solidaridad fue el nombre de la pequeña campaña que pusimos en marcha abrazando nuestros desamparos encontrados (LABO, 2020c). Construir la confiabilidad necesaria para el manejo de los fondos y el debate sobre la distribución de los mismos tomaría demasiado tiempo si quería hacerse con integridad. Había en curso, por lo demás, incontables campañas de recaudación de toda índole, desde distintas organizaciones por los derechos humanos hasta amistades que se movilizaban por algún familiar enfermo. Lo usual en el panorama de una normalidad que nunca ha sido.

No habíamos, por lo demás, probado el dispositivo en su mínima expresión. Decidimos avanzar esos dos milímetros con una campaña pequeña, que hiciera red con las campañas en curso y, sumado a lo aprendido en GenteHaciendo y Frena La Curva, ayudara a visualizarlas y nos inspirara a sostener el espacio cívico en momentos de gran desamparo. A fin de cuentas, queríamos elevar nuestros ánimos y nuestra vocación democrática en el ámbito desalentador del último trimestre del 2020.

Ahora que lo pienso, los dispositivos de manifestación, de protesta, no siempre se concretan ni se articulan de modo idóneo para generar el impacto que ansiamos, antes sirven de metáfora viva a través de la cual producir articulaciones, aprendizajes y legados ante los dilemas a los cuales nos somete la opresión, en tanto nos permiten someter posibles respuestas a la prueba más sencilla de todas: la calle, el cuerpo, lo común, nuestra experiencia más cotidiana y cercana de ciudadanía.

Digamos que una democracia solo puede ser tan sostenible como cada un* de sus ciudadan*s.

Conforme terminaba el año 2020 y arrancaba el 2021, a la pandemia y la emergencia, se sumó una nueva ola de criminalización de la ayuda humanitaria y los ejercicios autónomos de solidaridad. En este contexto seguiremos experimentando y tanteando. En búsqueda de viejas y nuevas maneras de darnos amparo, tejernos, y resistir.

Referencias bibliográficas

Beckett, Samuel (1982). Esperando a Godot. Barcelona: Tusquets

Kubrick, Stanley. Trumbo, Dalton (1960). Espartaco [Película]. Los Ángeles, CA: Universal Pictures.

LABO (2020a). Google Form [Aplicación en la nube]. Google. Disponible en https://docs.google.com/forms/d/1iXOeMoeUntudztpgEl3d4ZUnf83TWqse5RvUnlT2kmw/edit

LABO (2020b). El Labo se suma a Frena la Curva [Boletín MailChimp]. Mailchimp. 13 de abril de 2020. Disponible en https://mailchi.mp/a7f1cb5be887/el-labo-se-suma-a-frena-la-curva

LABO (2020c). Elige Solidaridad. [@labociudadano] Instagram. 4 de diciembre de 2020. Disponible en https://www.instagram.com/p/CIY3MtZHysR/

Levinas, Emmanuel (1993). Entre nosotros: ensayos para pensar en el otro. Valencia: Pre-textos.

Moreno-Losada, Vanessa (2019). Laboratorio Ciudadano busca generar acciones solidarias y evitar el asistencialismo. Efecto Cocuyo. 25 de mayo de 2019. Disponible en https://efectococuyo.com/la-humanidad/laboratorio-ciudadano-busca-generar-acciones-solidarias-y-evitar-el-asistencialismo/

Preciado, Paul (2020). Aprendiendo de virus. En: Autores Varios. Sopa de Wuhan, pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia. Aspo, pp. 163-185