Es común reducir la expansión del extractivismo a políticas provenientes del llamado «Norte Global”, con países como Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Israel, y Japón, a la cabeza. Frente a su acecho, siempre según la perspectiva tradicional, se encuentra el progresismo político, aliado por antonomasia de movimientos sociales, indígenas y ecologistas. No hay duda de que es desde algunas izquierdas que suele levantar la voz cuando gobiernos de centro y derecha impulsan políticas extractivistas en asociación con este “norte global”.
Décadas después de varios gobiernos electos bajo el amparo de estos reclamos, resulta necesario evaluar sus acciones con respecto a estos problemas. ¿Hasta qué punto han sido una reorganización de dinámicas similares, pero con diferentes actores, ya sean países enteros, como China, u oligarquías locales, bajo una retórica de cambio o, incluso, patriótica? ¿Cuál es la perspectiva de las comunidades en resistencia que estos gobiernos siguen usando de bandera?
Atención a las experiencias brasileñas, ecuatorianas y venezolanas, es esencial para responder a estas preguntas con fundamento. El panorama no es prometedor. La explotación petrolera de la Amazonía ecuatoriana se agravaría durante el gobierno de Rafael Correa, quien eliminó las iniciativas para mantener esos hidrocarburos en el subsuelo y fraudulentamente no reconoció las firmas que la Constitución exigía para el referéndum necesario cada vez que se iniciaban nuevos contratos de explotación petrolera en esa región. Sería posterior a sus gobiernos, que se lograría reconocer el derecho constitucional de la población para realizar el Referéndum, que se ejercería en 2023, siendo sus resultados ignorados por los sucesivos presidentes. En Bolivia tenemos el caso de Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia entre el 2006 y 2019, durante los gobiernos de Evo Morales. García Linera fue protagonista de varias polémicas contra las organizaciones ambientales y anti-extractivistas, así como ha sido autor de artículos y libros, así como ha dado entrevistas; todos críticos a los ambientalismos, defendiendo la soberanía nacional de las naciones del sur para explotar a la naturaleza con fines de ganar la prosperidad económica que necesitan vender como políticos.
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Los índices de deforestación y violación de derechos indígenas han sido preocupantes, cuando menos, durante el lulismo; y Venezuela, epicentro de la ‘marea rosa’, ha acabado por concebirse como un estado extractivista (principalmente petrolero) que coloca la explotación minera como una actividad estratégica en esta última década, bajo el signo “progresista”. De hecho, últimamente en Brasil, el gobierno de Lula se ha vuelto el epicentro de una política extractivista y de las más agresivas, con la expansión de la explotación de hidrocarburos; argumentando que es necesario para “enriquecer” al pueblo brasilero. Se recurre a una lógica, desde un gobierno de izquierdas, que poner en peligro ecosistemas delicados, como las aguas profundas del Atlántico, para garantizar un modelo de acumulación capitalista con las repetitivas promesas de riqueza y prosperidad, que nunca se ven materializadas. Este yacimiento, además de localizarse en aguas profundas del Atlántico, están cerca las bocas del río Amazonas; que irónicamente se anuncia en medio de la asamblea de la COP30. Igualmente irónico y poético fue el hecho de la deforestación realizada en la selva amazónica para preparar los espacios de dicha asamblea, así como la construcción de una vía de penetración, evidenciando el vacío e inoperancia de este organismo para tratar realmente la problemática climática y ambiental.
¿Por qué estas posturas? Una hipótesis es que gran parte de las izquierdas en Latinoamérica, que ha tenido acceso a puestos de poder o institucionales en la actualidad, vienen de haber sido influidos por la teoría de la dependencia, la cual aún se puede vislumbrar en sus discursos y propuestas económicas. La teoría de la dependencia desarrollada principalmente por autores como Celso Furtado, Enzo Faletto, Fernando Henrique Cardoso, entre otros; plantea, muy simplificadamente, que Latinoamérica y los países del sur global han sido saqueados por el norte global, especialmente en sus materias primas; por lo cual estos deben industrializarse y transformar esas materias primas, para venderlas en el mercado global como productos de consumo o de capital y generar así mayor valor agregado en sus transacciones comerciales globales. Si bien, esta teoría permitió pensar de forma crítica al extractivismo y fue rupturista en su época de aparición, la misma posee graves limitaciones y suele estar contaminada con elementos nacionalistas. Esto último es destacado por Juan Iñigo Carrera, quien afirma que, así concebida, no es más que la expresión del capitalismo nacionalista que defiende los circuitos de acumulación capitalista dentro de las fronteras nacionales.
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Esta crítica puede dilucidar, que al promover una dinámica capitalista más estrecha a los límites globales, se entienda que para estos voceros, dirigentes y actores de las izquierdas progresistas, herederos de la teoría de la dependencia, no vean negativo la explotación de la naturaleza por parte de capitales nacionales, o si esto va a satisfacer un sector industrial interno en el país; o si pueda ser promovido desde el Estado. Se argumenta, muy parecido a lo que pudiera esgrimir un dirigente neoliberal y extractivista, que es necesario esa explotación minera, agroindustrial o hidrocarburífera, por la prosperidad. Difieren en el sentido aperturista hacia los capitales foráneos, pero en el corazón y fondo de la política se promueve lo mismo; sin atender a los problemas ambientales o socioambientales, previos y nuevos, que esto pueda generar. En este sentido, lo ambiental suele ser secundario, como sucede con otras formas de pensar y ver la economía, incluyendo a las que estas más critican. En algunos discursos puede advertirse, especialmente en Argentina, cuando se critica a Milei, diciendo que su promoción a la deforestación y minería es para favorecer a las grandes trasnacionales; pero ¿qué pasa si las promueven desde una óptica nacionalista y estatista como la del peronismo tradicional?, ¿seguirán las misas críticas o se reducirán las voces de protesta?
Por su puesto, esta crítica que hacemos es de carácter limitado y no abarca la totalidad de la raíz del problema, pero sí de un elemento destacado. Otro problema de las izquierdas, vinculado a esto, es que en su lucha anticolonial, bebieron mucho de los nacionalismos. Además, las izquierdas no son agrupaciones monolíticas y mucho menos homogéneas, y lo que es izquierda hoy, antes no existía, no lo era, o no lo será en un futuro; como sucedió con el liberalismo político y económico. La lucha contra la intervención de las potencias extranjeras, muy abrumadora especialmente en lo económico, inclinó a muchas estructuras ideológicas y políticas del momento a una defensa de la nación y del Estado, así como a la producción y desarrollo económico nacional, que en ciertas tendencias radicalizó ese carácter nacionalista, sin prever consecuencias o diferencias con el resto del pensamiento económico e incluso ambiental y social de las izquierdas. Para autores como Emiliano Terán Mantovani, es importante destacar que la tradición que realmente determina a la izquierda es la tradición colonial, doradista, desarrollista; lo que sería incluso previo a la propia teoría de la dependencia, y que se podría ir profundizando en un futuro.
El problema de estos progresismos, como vemos, es que no proponen alternativas reales al extractivismo, solo promueven un extractivismo soberano, patriota, endógeno y que va “crear”, según, prosperidad interna al país. Esto, claro, satisface a gran parte del electorado, que le gusta ser halagado en sus sentimientos chauvinistas. Y claro, también alegra a la población, que le gusta que se le prometa trabajo, mejores salarios, bajos precios y una economía mejor, a quien no. Se esconden los efectos perjudiciales, tanto ambientales, económicos y geopolíticos; pero no se profundiza en la crítica del sistema que se va volviendo cada vez más insostenible y nos pone al filo de una enorme crisis ambiental y descarna una crisis civilizatoria.