Letras, relatos y fabulaciones en torno al antropoceno, el fin del mundo y las alternativas civilizatorias

Imagen de portada Crédito Thinkstock.

La famosa imagen de la Tierra, vista desde el espacio exterior, que la misión Apolo emitió a fines de la década de los sesenta del siglo XX, ya no es la del mundo que habitamos: sus polos se están derritiendo, el nivel de sus océanos está subiendo, grandes extensiones de bosques han desaparecido. Podemos registrar lo que está ocurriendo con satélites e instrumentos científicos, pero ¿Podemos registrarlo en nuestra imaginación, de lejos el más sensible de nuestros “dispositivos”?  La era del Antropoceno marca una paradoja inherente a la actividad humana: por un lado, la fascinación por la potencia alcanzada por la humanidad y, por el otro, el terror que inspira un futuro en el que no sabríamos leer nuestro declive como especie y civilización global. Ruinas, vestigios, trazos y huellas, el asunto parece legar algo de nuestro pasaje por la Tierra. No obstante, los fenómenos del desorden climático y otras manifestaciones del Antropoceno también conducen a imaginar otras maneras de vivir juntos que no sean tributarias de la separación radical entre naturaleza y cultura

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Partiendo de producciones, creaciones y prácticas científicas, pedagógicas y artísticas, comenzamos a interpelar al Antropoceno como aprehensión del tiempo que transcurre y toma de conciencia sobre la fragilidad de nuestras sociedades, así como también a manera de invitación a la acción, a entrar en resiliencia y explorar nuevos imaginarios para repensar nuestra relación con el mundo. Algunos signos parecieran indicar que, de manera larvaria y todavía insuficiente, podría estar incubándose una suerte de nuevo “renacimiento” (esta vez de alcance planetario). Ciertamente, ante el declive anunciado de nuestro planeta, las voces que más se escuchan provienen del mundo científico, el activismo social y, en menor proporción todavía, del político. Sin embargo, de manera creciente, en otros ámbitos el interés por esa problemática también se deja sentir. Hay toda una producción cultural en la que están omnipresentes las ficciones del apocalipsis -literarias, cinematográficas, televisuales- que más que nunca impregnan los tejidos profundos de nuestros imaginarios. Surgidas con la Revolución Industrial, acompañan las desilusiones políticas de los siglos XIX, XX y XXI, echan raíces en una desesperación que emergió antes con el resultado decepcionante de la Revolución Francesa y después de una crítica de la ideología del progreso. Mucho antes de que se acuñara el concepto de Antropoceno, de que se hablara de cambio climático, esas ficciones han expresado la toma de conciencia sobre la amplitud y profundidad de la huella humana en el planeta. Contrariamente a lo que pudiera creerse, no son nihilistas. Tratar de esbozar los contornos de lo que podría ser el fin del mundo en el Antropoceno, es oponer al “presentismo” y fatalismo contemporáneo, otra concepción del tiempo y otra idea de lucha. Es buscar hacer emerger un horizonte todavía visible, una promesa abierta, indeterminada en tanto que resulta necesaria para la invención política: la utopía, entendida no como fantasía sino como proyecto movilizador. Tal es el caso por ejemplo de la literatura en la que algunos novelistas, cuentistas, ensayistas y poetas se expresan de manera diversa y prometedora. Desde la antropología hasta la geología, pasando por la biología, la sociología, la filosofía y la climatología, se proponen arrojar luces sobre una problemática común y multidimensional.   Escritores y escritoras también hacen sus aportes semánticos, simbólicos y de matices en torno a los conceptos pertinentes y al entendimiento general de la circunstancia abordada. Esto es importante en la medida en que, en los ámbitos sobresaltados, afectados por la entropía y a la vez generadores de perturbaciones y temores, arropados por la pandemia, en la confluencia de diversas  crisis que presagia un posible colapso, en los intentos de traer a la memoria maneras humanas de representar, expresar y comunicar  ideas y sentimientos que se proponen trascender las reducciones y erosiones propias de discursos publicitarios y políticos convencionales, cada vez más gente siente que debe asignarle nuevas denominaciones a su universo circundante, para provecho propio y de la continuidad biológica, ecológica  y cultural de la especie humana. Cabe traer a colación el hecho de que varias de esas crisis que vienen sucediéndose al menos desde finales del siglo XVIII, se han expresado inicialmente como crisis del lenguaje. Así, por ejemplo, ocurrió con el movimiento Dadaísta, impulsado por Alfred Jarry y un grupo de artistas europeos que habían tomado refugio en Suiza al verse confrontados con la herida profunda, absurda y difícil de explicar con palabras que significó para ellos la Primera Guerra Mundial.

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Para citar algunos ejemplos del tratamiento del  Antropoceno y sus fenómenos asociados en el campo de las letras comencemos por hacer referencia al reconocido novelista indio Amitav Gosh, quien en su lúcido ensayo  The Great Derangement: Climate Change and the Unthinkable (2016), indaga en torno a lo que él denomina el “fracaso imaginativo” que se sitúa en el trasfondo de la crisis climática, considerada  a la luz de la poca o subordinada importancia que tiene en el seno de la narrativa consagrada, más allá del relato estrictamente concerniente a la ciencia ficción. La médula del planteamiento hecho por Gosh remite a la imposibilidad de enfrentar el cambio climático individualmente, ya que ese fenómeno supone más bien un reto colectivo que se le planta por delante a una cultura hegemónica que ha vaciado progresivamente de significado colectivo a la economía, la política y las letras. En ese sentido Amitav Gosh señala que un grueso del activismo ambiental asume el cambio climático como un asunto moral, siendo que el terreno de confrontación no debería ser la conciencia individual porque, en tanto que dilema global, exige la acción común.

Confrontados con el Antropoceno, un grupo de novelistas estadounidenses como Peter From en Indian Creek, Jean Hegland con In the Forest, Terry Tempest Williams en Refuge y John Mc Phee con Encounters with the Archidruide, ponen en escena una naturaleza salvaje que permanece majestuosa a pesar de los impactos socialmente infligidos, y en el seno de la cual el individuo no es sino algo muy pequeño que tiene incluso tendencia a borrarse ante ella. Las novelas del también estadounidense Rick Bass constituyen un perfecto ejemplo. Apelando a una escritura muy poética dejan una parte importante a la descripción, cantando la lenta agonía de los bosques y los cursos de agua. Con Bass la naturaleza es el personaje principal sólo está allí para dar cuenta de su belleza y su fuerza. Acudiendo a la poética como recurso, el autor lucha contra un fin anunciado, fija los paisajes que él tanto admira en obras como Winter y Yaak’s book, haciéndolos de alguna manera acceder a la inmortalidad.

En la literatura de lengua francesa se tiende también a abordar el sujeto sin hacer bascular la novela del lado de la obra militante que busca convencer al lector para que se comprometa con la causa ecológica. De esta manera, al observar la producción literaria francófona en torno al tema del Antropoceno, se evidencia que los textos considerados como literatura general proponen con frecuencia un estado de cosas del declive planetario. La mayoría de estos autores y narradores (aunque ciertamente no todos) asumen una postura de observadores de la crisis ecológica global. Es más bien la noción de actualidad la que cuenta en esta literatura. A diferencia de los estadounidenses que se refugian en una suerte de nostalgia, aferrándose a la belleza de esos grandes espacios en vías de desaparición, los escritores galos se ubican en un “presente ecológico” hecho de destrucción. En Fukushima: recit d’un desastre, Michel Ferrier aborda el tsunami y la catástrofe nuclear japonesa que se deriva; narra la violencia de esa ola implacable, la incredulidad y el aturdimiento de la población, y da la palabra a los que llama “refugiados nucleares”, molestos con la complacencia de las autoridades ante un lobby nuclear que asegura que la gente puede vivir muy bien en zonas contaminadas. Por su parte, en La fonte des glaces, novela burlesca y divertida, Joël Baque establece irónicamente un paralelo entre una fauna que se muere (los pingüinos emperador) por causa de la acción humana y un excarnicero que bajo el efecto mediático se convierte en portavoz de la causa animal y climática. Con Éric Chévillard, la cuestión ecológica asume ribetes de lo absurdo; en Sans l’orangoutan pone en escena un personaje fétiche, Albert Moindre, que se convierte en guardián de un zoológico en el que los dos últimos ejemplares de orangutanes mueren a causa de un simple resfriado y el equilibrio ecológico se rompe de manera definitiva. El mundo se tambalea, la sociedad colapsa y el hombre, fiel a sí mismo, demasiado interesado en su propia persona, llora la pérdida de los especímenes sin cambiar nada en sus hábitos.

Ciertamente hay algunos raros ejemplos de literatura contemporánea verdaderamente proselitista referida al Antropoceno. Citemos los casos de Richard Power en The world tree (gran premio de literatura en los E.E.U.U. 2018 y premio Pulitzer 2019) y, en el de Camille Brunel en Francia, La guerilla des animaux (Gran premio SGDL 2019).

En cuanto a la literatura en nuestra lengua mencionaremos los ejemplos de José María Merino, escritor español y Claudia Aboaf, escritora argentina. El primero de ellos, en un libro de relatos titulado Noticias del Antropoceno (2021), abarca escritos anecdóticamente sugerentes y admonitorios que representan fenómenos del Antropoceno, así como casos que miran al pasado reciente. Por su parte, la autora rioplatense, en sus ficciones distópicas El rey del agua (2016) y El ojo y la flor (2019), empleando una narrativa de prevención, desarrolla un argumento que sirve para el entrecruzamiento de conflictos propiamente humanos con cambios ambientales del Delta del Río de la Plata en un futuro próximo.

Con la era del Antropoceno los seres humanos nos confrontamos con un riesgo existencial mayor, el más peligroso y extenso de nuestro tiempo, que amenaza con dar al traste con nuestra especie y nuestra configuración global de culturas. Hasta ahora los científicos, expertos y activistas han tenido pocos éxitos en su esfuerzo por comunicar al conjunto de la sociedad y a los actores políticos la dimensión de la crisis y la urgencia de actuar para solucionarla. Es necesario que a esta tarea se sumen otros saberes, creaciones y visiones, entre ellas las de quienes, mediante el juego con la palabra, fabulan, elaboran ficciones y son capaces de describir con otros ojos lo que existe e imaginar lo que nunca ha existido.

Autor

Francisco Javier Velasco

Antropólogo y Ecólogo Social. Doctor en Estudios del Desarrollo, Maestría en Planificación Urbana mención ambiente, Especialización en Ecodesarrollo, profesor investigador del CENDES UCV.

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