¿En dónde nos encontramos en Venezuela?

Imagen de un pozo de extracción petrolera no operativo cerca de Atapirire, Venezuela. 10 mayo 2018. REUTERS/William Urdaneta
noviembre 9, 2018

Vladimir Aguilar Castro

Universidad de Los Andes

Grupo de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (GTAI)

Para Observatorio de Ecología Política de Venezuela

Imagen de portada: REUTERS/William Urdaneta


Hoy pudiéramos estar debatiendo si las medidas a través de las cuales se intentaba modernizar al país eran las correctas o no. Ese pudo ser el contexto de lo que estaría discutiéndose en la actualidad en Venezuela. Los tiempos y caracteres de una u otra medida sería el fundamento de la debate. Sin embargo, el estado de precariedad en el que se encuentra Venezuela es tal, que no da ni siquiera para pensar en cómo salir del momento oscuro en el que nos encontramos.

La noción de tierra arrasada es la que se ha impuesto con el Arco Minero del Orinoco (AMO). El llamado AMO constituyó el punto de partida de la política de resnulización del territorio nacional. Esta última la entendemos como la declaratoria de tierra de nadie de aquellos espacios donde exista la pretensión de explotación de los recursos existentes. Obviamente en ella no caben consultas previas, informadas ni de buena fe. Tampoco el consentimiento. Basta con decretarla como de interés ni siquiera por parte del Estado, sino de la casta burocrática que en ese momento tiene el control de una determinada actividad.

Las lógicas del extractivismo en Venezuela son desmesuradas. No responden a regla ni a orden alguno. Su fundamento es la res nullius. Estamos en presencia de un pervertido modelo que nos condena a una suerte de tsunami devastador. Esta es la realidad con la que se enfrentan los pueblos y comunidades indígenas de la Gran Sabana y de la Amazonia venezolana. Pero no solo de ello.

Lo que se ha pretendido con los territorios indígenas se proyecta hacia el resto de la nación. No hay posibilidad para la construcción de espacios alternativos de autogestión comunitaria de acuerdo a usos y costumbres y planes de vida, sino que la destrucción de todo lo existente es el fundamento de la iniciativa de turno.

No hay políticas públicas ambientales y mucho menos interculturales. El derecho a un ambiente sano y el principio precautorio de preservar la naturaleza frente a cualquier amenaza de la cual no se tenga certeza de sus efectos, quedó en la historia de lo activamente negociado por Venezuela en la Cumbre de Río de 1992.

Hoy el país luce completamente desolado. No hay gobierno ni tampoco oposición que proponga una salida clara al momento oscuro en el que nos encontramos. Nadie plantea la necesidad de trascender el extractivismo que se ha convertido en nuestro principal modo de vida. Todo gira en torno a la repartición de una renta que nada vale.

Es una historia de cien años que Venezuela lleva a cuestas y que la rapiña de estos últimos veinte años develó en su máxima expresión. Quienes llegaron lo hicieron por obra y gracia de las circunstancias de un hiperliderazgo de turno y que el atavismo político del momento inundó el imaginario político del venezolano. Pero más nada. No hubo proyecto. Habían pasiones y una que otra idea pero todo fundamentado en un petróleo mal habido.

¿Frente a esto? ¿Qué hacer?

La condición extractivista en Venezuela tiene dos características: es parte del atavismo político y es de carácter estructural y cultural. En consecuencia, de acuerdo a la economía política la crisis nacional es a nivel de la superestructura y de la estructura. Es histórica y su superación que implica trascender el modelo civilizatorio actual, es compleja y de largo tiempo.

La principal apuesta es oponer la noción de recursos naturales a la de fuentes de vida. Un nuevo modelo civilizatorio debe fundamentarse en lo segundo. Un país cuyo modus vivendi se ha anclado en el combustible fósil no tiene una tarea fácil para superarlo. Pero tampoco es imposible.

Podemos comenzar a ser creativos impulsando la posibilidad de ir sembrando el extractivismo, es decir, se trata de materializar aquella idea de sembrar el petróleo ampliándola a todas las formas de explotación de recursos naturales de manera intensiva, para dar paso a un modelo más amigable con nuestros entornos naturales y culturales, dando preponderancia a las iniciativas locales y que sobre todo tenga como horizonte de posibilidades la preservación de las fuentes de vida.