La tierra es más que el oikos de los seres humanos. Aunque solemos referirnos a ella como nuestro hogar, su importancia trasciende a esa simple definición. La tierra es un elemento dinámico y complejo, lejos de ser inerte.

En la actualidad, el concepto de holobionte, popularizado por la bióloga Lynn Margulis, está ganando relevancia. Este concepto reconoce que la vida en la Tierra no se trata de entidades aisladas, sino de una intrincada red de interacciones simbióticas. Cada entidad, sin importar su escala, desempeña un papel fundamental en la sostenibilidad de la vida.

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En el suelo que pisamos  hay un microcosmo en el que habitan una infinidad de microorganismos, hongos, bacterias y otros que son fundamentales para descomponer la materia orgánica y convertirla en tierra fértil para el crecimiento de las plantas. Cada elemento no humano se conecta a su vez con otro, haciendo posible la vida en el planeta.

Sin embargo, los seres humanos a menudo concebimos la tierra como una entidad separada, destruyendo diariamente los elementos que la componen. A pesar de nuestra visión antropocéntrica, no somos más importantes que otras formas de vida. Nuestra arrogancia nos impide entender, que no evolucionamos de forma aislada, coevolucionamos con otras entidades no humanas y simplemente formamos parte de un conjunto llamado Gaia.

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Es crucial abandonar la visión antropocéntrica que nos coloca como amos del planeta y adoptar una perspectiva de cohabitación respetuosa. La crisis planetaria nos insta a reconocer la interconexión y dependencia con cada entidad que contribuye con nuestra existencia. Como señaló Lynn Margulis “La vida es una unión simbiótica y cooperativa que permite triunfar a los que se asocian”.