Belleza, imaginación, sensibilización y activismo: potencialidades del arte en la lucha contra el cambio climático

Francisco Javier Velasco Páez
Imagen: Pexel

En el marco tumultuoso de la crisis socio-ambiental que afecta al conjunto del planeta Tierra en la actualidad, el cambio climático configura una amenaza de primer orden para las posibilidades de perpetuación de las sociedades humanas y de toda la trama de vida que conocemos. Los efectos del cambio climático serán, y de hecho ya están siendo, ecológicos, sociales, económicos y políticos, efectos que alterarán nuestras vidas de múltiples maneras, algunas de las cuales apenas estamos empezando a comprender.

En tanto que fenómeno complejo cruzado por procesos sistémicos que involucran cambiantes relaciones entre los ámbitos natural y social, su abordaje exige perspectivas que combinen la visión holística con el diálogo de saberes, dejando atrás la idea según la cual los seres humanos conformamos entidades separadas del ambiente. En este sentido ciencia, etnociencia, filosofía y cosmogonía se pueden y deben combinar con el arte en aproximaciones dialógicas, interdisciplinarias, transdisciplinarias y transcomplejas.

¿Qué papel puede desempeñar el arte en nuestra búsqueda de respuestas al cambio climático y sus múltiples crisis asociadas? En el film Titanic (1997) del estadounidense James Cameron, Wallace Hartley, el violinista y líder de la banda musical del siniestrado buque, a medida que el agua sube alrededor de él, se dirige a sus compañeros diciendo: “Caballeros, ha sido un privilegio tocar con ustedes esta noche”. ¿Es esa la única contribución que los músicos y otros artistas pueden hacer en este momento crítico de la historia, hundirse valientemente con el barco (metáfora de una modernidad que naufraga en un mar de colapso ambiental global), tratando de levantar el ánimo de sus pasajeros en sus últimos momentos de vida?  Ciertamente, en sus propios términos esa sería una contribución honorable, pero seguramente el arte puede hacer algo más que eso. Con cierta frecuencia se ha dicho que una novela, una pintura, una canción o una película cambian el mundo. Lo que esto significa en realidad es que cambian la manera en que mucha gente piensa o siente el mundo.

Cuando se aborda el tema del cambio climático frente a cualquier grupo de personas, nos encontramos con que la gente posee o desarrolla sus propias representaciones del fenómeno. Pueden interiorizar nociones y elaborar sus propios puntos de vista al respecto. Un científico puede hacer una constatación relativa a la crisis climática teniendo como base una serie de datos; sin embargo, no dispone de todas las competencias   para indicar cómo se debe actuar frente al problema. Para poder pensar y discutir sobre el cambio climático, es necesario igualmente considerar los imaginarios y las sensibilidades, y es precisamente en esos campos donde el arte puede ser provechoso y estimulante.

La aproximación artística puede ir más allá de la ciencia, contribuyendo a profundizar nuestra comprensión del mundo natural. Las artes ofrecen diferentes perspectivas sobre nuestra relación con la naturaleza y tocan a las personas de maneras en las que la educación convencional y el activismo rara vez lo hacen. Además de informar, el arte traslada nuestras mentes a nuevos lugares, alcanza nuestras emociones y nos provoca renovados sentimientos. En nuestra confrontación con el cambio climático necesitamos las voces del arte a fin de retar a nuestras percepciones, despertar sensibilidades y acoger de una forma más seria las dimensiones de inspiración, cuestionamiento cultural más profundo, creatividad e imaginación.

El saber científico ha realizado notables avances que permiten prever ciertas catástrofes asociadas al cambio climático tales como la llegada irregular de un huracán, un deslizamiento de tierra inminente o una próxima inundación; no obstante, la comunicación científica sobre esos eventos no está a la altura de los progresos hechos. Decía Leonardo Da Vinci que el arte posee el poder inigualable de comunicar ese tipo de saberes a todos los pueblos del mundo. El artista se erige en testigo del mundo contemporáneo y su realidad socio-ambiental, participa en su historia a través del mensaje portado por su obra, desde ángulos inéditos interpela a la sociedad y sus formas de ver la realidad. En este sentido George Braque, artista colega de Picasso, señalaba que el arte debe perturbar, al tiempo que la ciencia tranquiliza

Históricamente los acontecimientos naturales y las catástrofes han ejercido una importante influencia en obras artísticas muy emblemáticas. .Así por ejemplo, las puestas de sol del pintor inglés Turner y la novela Frankestein de su compatriota Mary Shelley vieron la luz poco después de la mayor erupción volcánica conocida, la del Monte Tambora en 1815. La obra pictórica “La gran ola de Kanawaga”, creada entre 1829 y 1833 por el artista japonés Hokusaki, ha sido interpretada como una alerta contra el riesgo de ocurrencia de tsunamis. En una época en la que la crisis climática se amplifica y con ella las posibilidades de multiplicación de desastres, el arte puede informarnos y advertirnos acerca de los riesgos que corremos, promoviendo la reflexión y el debate. La literatura, las artes plásticas, la música, la fotografía, el teatro, el cine y los espectáculos multimedia nos pueden contar historias y plantear dilemas climáticos y ecológicos más allá de estrechas barreras culturales, reforzando la iniciativa de artistas y otros actores culturales en materia de exploración y movilización, de empatía con comunidades, movimientos y organizaciones, trasmitiendo sentimientos de urgencia, rechazo de la realidad impuesta y compromiso con la acción. Los artistas tienen ahora la oportunidad y el deber de traducir la turbulenta experiencia humana a palabras, imágenes y sonidos capaces de ayudar a la gente a no solo entender estos eventos problemáticos sino a lidiar visceralmente con ellos.

Las mutaciones ecológicas sociales, políticas y económicas que tienden a derivarse del cambio climático, están siendo actualmente identificadas, detalladas y sistematizadas con una especificidad cada vez mayor en centenares de informes que se dan a conocer anualmente por parte de expertos en asuntos climáticos y energéticos. Lo que falta en sus cuidadosamente escritos artículos son las dimensiones humanas de imaginación, alegría o pena, inspiración y pasión. No resulta extraño entonces saber que muchas personas sencillamente niegan los mensajes que por esta vía se transmiten o simplemente los hacen a un lado.

El arte puede ayudarnos a hacer frente a nuestros desafíos colectivos en lo que concierne al futuro climático y las implicaciones de esos desafíos. Puede contribuir a preparar a la gente a resistir dislocaciones traumáticas del sistema climático, dando voz al sufrimiento, la pérdida y el stress, ayudando a procesarlos intelectualmente y emocionalmente, pero también puede ofrecer la belleza que puede ser específicamente importante en tiempos difíciles.

Finalmente, en momentos dominados por la impronta de un Donald Trump negacionista que se retira del Acuerdo de Paris, un Jair Bolsonaro que decide someter la Amazonía a una explotación sin precedentes y un Nicolás Maduro que entrega el Arco Minero del Orinoco a la codicia y la depredación desenfrenada, las expresiones artísticas también ofrecen un enorme potencial de protesta creativa para incidir en la opinión pública y el diálogo democrático  sobre los asuntos ambientales en general y la justicia climática en particular, constituyendo fuentes de esperanza y motivación para la acción transformadora y regeneradora, para la elaboración de utopías movilizadores que se fijan como horizonte maneras de estar en el mundo más radicalmente diferentes, dulces, armoniosas y trascendentes.

Autor

Francisco Javier Velasco

Antropólogo y Ecólogo Social. Doctor en Estudios del Desarrollo, Maestría en Planificación Urbana mención ambiente, Especialización en Ecodesarrollo, profesor investigador del CENDES UCV.

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