***Comunidades indígenas incrementaron la tala indiscriminada para hacer más conucos, para generar más áreas de cultivo ante el aumento de la minería ilegal y su demanda de alimentos.
***Cultura minera avanza entre aborígenes y campesinos, quienes de forma directa o indirectamente, se suman al modelo extractivista, a pesar de la destrucción y contaminación de sus hábitats
Lejos quedaron las luchas que hace dos años protagonizaron todos los líderes comunitarios e indígenas de los pueblos de cuenca Baja del Caura ante la inminente explotación aurífera en el lecho del río. Unión y perseverancia, resistencia y lucha local que, junto a esfuerzos de visibilización por parte de ONG´s ambientalistas y de Derechos Humanos, lograron parar las balsas mineras y salvar el Bajo Caura del colapso ambiental.
Hoy, el panorama es otro. Si bien la minería de río sigue detenida; aún están “aparcadas” las balsas y dragas a pocos metros aguas abajo del puerto fluvial de Maripa, la capital del municipio Sucre del estado Bolívar.
Como “caimanes” tomando sol, inmóviles, como dormidos; las balsas flotan esperando su momento, su letal momento de entrar en acción.
Mientras tanto, la minería en tierra firme no se “durmió”, muy por el contrario ha venido avanzando en número, en violencia, en participación indígena y criolla. En la imagen satelital que acompaña esta nota, se puede apreciar deforestaciones recientes -marcadas por puntos rojos y amarillos- en bosques próximos a la comunidad piapoco de La Colonial.
Según se pudo conocer, esta comunidad se sumó en su totalidad a la vorágine minera (salvo una familia). Los que no trabajan directamente en la mina de oro de La Colonial, se dedican a deforestar para ampliar conucos para cultivos, ante el incremento de la actividad minera en la región y la demanda de más alimentos; principalmente casabe y mañoco.
Se estima que no menos de 20 equipos grandes (monitores hidráulicos a gasoil) o hasta 40 equipos pequeños (motobombas a gasolina) están trabajando en las minas de La Colonial y El Silencio.
Producto del incremento en la actividad aurífera, la laguna natural (ubicada en el centro sur de la imagen) ha estado recibiendo una fuerte sedimentación contaminada con residuos de mercurio.
Esta laguna que antes era un sitio de pesca local, hoy se puede estimar por la imagen satelital, cerca de cuarenta (40) hectáreas de su área totalmente sedimentada. No obstante, cuando sube el cauce del Caura, la laguna se conecta al río aportando dichos sedimentos a su sistema fluvial, así como los residuos de mercurio entran a la cadena trófica del bioma acuático del Caura.
Violencia y cambios de Formas de Vida
El incremento de la violencia ha sido proporcional al aumento de la actividad aurífera ilegal y pugnas entre grupos por el control de las bullas y minas. Desde mediados del año 2021 a la actualidad, los enfrentamientos, asesinatos y desplazamientos de familias campesinas ha sido permanente.
“Pobladores locales sienten que en cualquier momento pueden ser atacados por los grupos armados que se han instalado en el área, muchos afirman que el temor es tal que no pueden dormir en las noches por miedo (…) Como consecuencia de esta situación, más de 20 familias decidieron huir de sus caseríos, dejando sus casas y conucos atrás, perdiendo así el trabajo de años.”, reseñaba la AC Kape Kape en julio del 2021.
Las pugnas por el poder, y la progresiva participación de indígenas en la actividad minera ha venido consolidando, peligrosamente, una cultura minera en el Bajo Caura.
Un líder comunitario -quien pidió la reserva de su identidad por temor a represalias-, señaló “La mina ya es un medio de vida adoptado por los indígenas. Estos se adaptan a la minería, sus vicios y degeneración”.
La aculturación y cambios de estilo de vida que genera la cultura minera ya se comienzan a ver, con el incremento del consumo de licor y otras sustancias por parte de la población indígena.
“Por ejemplo las comunidades de La Colonial y Payaraima han dejado la pesca como modo y medio de vida y compran el pescado (…) y esta espiral seguirá en aumento ante la ausencia de instituciones que frenen el extractivismo ilegal, el contrabando y la delincuencia y la impunidad”.
Pactos tambaleantes
Actualmente, la mina de La Colonial sigue bajo el control de las disidencias FARC junto a evangélicos piapoco, por lo que existe una relativa estabilidad donde todo este pueblo indígena participa en la actividad minera; mientras la mina El Silencio, la situación ha sido más complicada, la pugna por el poder ha dejado más de una docena de fallecidos el año pasado, existiendo ahora una tenue calma tras un pacto entre sanemas, jivis y guerrilleros para trabajar esta mina, la de mayor tamaño en la cuenca baja.
Adicional, las alcabalas ilegales colocadas por indígenas jivis en la carretera que conduce a El Silencio es hoy el principal foco de violencia y constantes enfrentamientos.
Pobladores locales refieren el descontrol delincuencial de este grupo de indígenas armados, a quienes se les responsabiliza de la desaparición de tres mineros en el último trimestre del 2021, y múltiples actos de extorsión y cobro de vacunas a campesinos, mineros y comerciantes, en la actualidad.
Un panorama muy complejo para esta cuenca y sus bosques ribereños que brindan importantes servicios ambientales a Venezuela y el continente americano, como el almacenamiento de cerca de 700 millones de toneladas métricas de carbono.
Aún persiste un gran número de actores locales, campesinos e indígenas que se resisten al avance de la minería ilegal en el Bajo Caura y la defienden; pero no es menos cierto, que la cultura minera también avanza junto a la ausencia de Estado de Derecho, la impunidad y la complicidad de autoridades civiles y militares.
El acompañamiento, apoyo y visibilización por parte de las organizaciones civiles, la ciudadanía venezolana y actores internacionales serán claves para ejercer la presión pública que coadyuve a frenar o minimizar el avance de la minería ilegal en la cuenca del Caura. El desafío es grande…