El sol de Cambalache: Un ejemplo de gestión comunitaria del agua en Ciudad Guayana

Foto de Tania Malpica, operadora de la planta, sosteniendo un tubo de ensayo con agua cristalina de la planta.

por Pedro Monque

Aunque a escasos metros del río más importante de Venezuela, la comunidad de Cambalache en el estado Bolívar sufrió hasta hace poco de una profunda crisis de agua. Se encontraban en la situación irónica en que se encuentra todavía gran parte de Ciudad Guayana: flanqueada por ríos y sufriendo por el agua. Harta de una escasez sin sentido, la comunidad de Cambalache decidió surtirse su propia agua del Orinoco. En agosto de 2018 arrancó la construcción de una planta potabilizadora de agua que dos años más tarde ya estaba bombeando a la mayoría de los sectores. La historia de cómo Cambalache tomó el suministro de agua en sus manos es, aparte de aleccionadora, fascinante. 

Contexto

Foto Toma aérea que muestra la ubicación de Cambalache frente al río Orinoco y las islas Fajardo, Providencia, entre otras

“Cambalache” significa trueque. Según la memoria popular, en los días de la Orinoco Mining Company se daban estos cambalaches entre trabajadores de la minera, en la margen sur del río, y agricultores y pescadores de las islas Fajardo y Providencia, en pleno Orinoco. La población de las islas se mudaba estacionalmente a tierra firme con las crecidas del río, pero no se establecieron en Cambalache sino hasta el auge del desarrollo minero e industrial en los años sesenta. Cuenta María Vázquez, residente de 70 años nacida en la zona, que fue una maestra llamada Manuela Izaguirre quien a finales de los sesenta propuso bautizar bajo un solo nombre lo que originalmente eran tres sectores: El Tigre, Cardonal y la laguna de Cambalache. En esos vaivenes quedó plantado el nombre de Cambalache para la comunidad ribereña a la margen del Orinoco, la más norteña de Puerto Ordaz.

Hoy viven ahí dos mil quinientas familias que, a pesar de estar a diez minutos del centro de la ciudad, resguardan la identidad rural del lugar. En Cambalache se siembra, se pesca, y más allá de su famosa curbinata o rallado fritos a orillas del río, el modo en que la gente se relaciona con el paisaje genera una tranquilidad que evidencia la desconexión de la mayoría de las urbanizaciones y barrios populares de la ciudad con su naturaleza.

El nombre de Cambalache importa porque nos remite a un origen distinto al que nació en 1985, cuando se instaló un inmenso vertedero a cielo abierto que en breve la hizo sinónimo de basura y precariedad en la jerga local. Y es que es fácil confundirse: Cambalache fue el sitio de acopio y reciclaje, los de la basura fuimos otros.

Recientemente, líderes de los consejos comunales decidieron cambiar el nombre por el de Comuna Río Orinoco. El objetivo fue afirmar la transformación en el significado del lugar por el cual viene luchando su gente. Tras el reñido cierre del vertedero en 2015, y la construcción del acueducto en 2020, el cambio es palpable. Sin embargo, el nombre original perdura, y mucha de su gente afirma con orgullo ser Cambalachera o Cambalachero de corazón.

Historia del suministro de agua

No se sabe con exactitud qué agua tomaban las primeras familias que poblaron Cambalache. Sin embargo, Santos Torrealba, jefe del recién construido acueducto “El Sol de Cambalache”, nos cuenta que cuando él se instaló en la comunidad, hace más de cuarenta años, ellos eran los primeros en recibir agua de una planta potabilizadora que manejaba el Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS) en un terreno de Ferrominera río abajo. Esa planta fue desmantelada y Cambalache pasó a recibir agua del Caroní, como la mayoría de Ciudad Guayana. 

Las aguas del Caroní tienen pocos sedimentos suspendidos y son más baratas de tratar que las del Orinoco. Por eso, los principales acueductos de la ciudad se surten del Embalse de Macagua. El problema para Cambalache es que pasaron a ser los últimos en la cadena de suministro del saturado acueducto de Toro Muerto y, por equivalencia, los primeros en sentir la escasez de agua cuando la demanda superó la capacidad de la infraestructura hídrica.

Ya en 2015 el suministro de agua era errático. Escaseaba por meses en sectores de la comunidad. Cuando el agua desapareció por completo en 2017, la gente se vio forzada a depender de una economía especulativa de camiones cisterna; esto en los peores momentos de una crisis económica donde el efectivo era escaso. Muchas familias no podían costearse el precio de un tambor de agua, así que la tomaban directamente del Orinoco. Quienes podían pagar una cisterna vivían a merced de sus impredecibles rutas.

“Bañarnos se convirtió en un lujo por la falta de agua” dice Santos Torrealba. Tania Malpica, operadora del acueducto y Cambalachera de toda la vida, cuenta que “el tema del agua era fatal… En última instancia comenzamos a comprar y comprar agua, ya carísima”. 

Construcción

Foto de mujeres trabajando

Ante la crisis del agua, los consejos comunales de Cambalache se ponen de acuerdo para protestar. “Cerramos calles, cerramos elevados, cerramos autopista, pero nos dimos cuenta de que así no íbamos a lograr nada”, cuenta Torrealba. Buscando alternativas, líderes de la comunidad deciden reunirse con el ingeniero Gustavo Imeri, entonces presidente de Hidrobolívar (la empresa de producción social encargada del suministro de agua en el estado), quien les propone volver a surtirse del río Orinoco. Con esa visión de tener su propia planta potabilizadora nace una fuerza comunal extraordinaria.

Rápidamente, y con apoyo técnico de Hidrobolívar, la comunidad escoge el terreno adecuado para la planta. En 2018, gracias a un convenio entre Venezuela y Uruguay, una constructora uruguaya inicia el movimiento de tierras y coloca las losas para el tanque y las “UPA” o unidades potabilizadoras de agua. Seis meses dura ese esfuerzo inicial, pero la obra se detiene por un supuesto incumplimiento en los pagos. 

El acueducto de Cambalache debía estar funcionando para enero de 2019. Sin embargo, la construcción no se reanuda sino hasta abril de 2020 cuando la comunidad, cansada de la espera, decide terminarla por cuenta propia. Sobre este trabajo cuenta Malpica que: 

La comunidad aquí nos metimos como si estuviéramos cobrando un sueldo, aunque no estábamos cobrando nada. Comíamos porque los mismos vecinos nos traían un arroz, hacíamos cualquier invento. Pasábamos todo el día acá y trabajábamos hasta de noche… Yo echaba pala, me llenaba de cemento… El tanque lleva un encofrado con piedras, palos, cabillas, y tú nos hubieses visto, mujeres, ¡viejitas, cargando piedras! Así estuvimos seis meses.

Con apoyo de Hidrobolívar y la gobernación se consigue que la UNICEF done una balsa-toma y dos bombas (una de captación y otra de suministro) para el acueducto. Las instituciones del estado se encargan de conseguir las tres UPAs que actualmente opera el acueducto.

El gran reto, sin embargo, fue construir la planta, algo que hicieron “sin ingenieros, pero con lo que había acá en la comunidad: albañiles, maestros de obra, mecánicos, y mujeres, amas de casa y pescadoras que trabajaban como cualquier hombre, con pico y pala, haciendo zanjas, batiendo concreto. Acá si había que amanecer, se amanecía, porque se estaba luchando por tener agua en casa”, cuenta Torrealba. Asimismo, cuando la planta inicia a operar se trabaja por turnos las 24 horas, pues han combatido intentos de robo de los motores. Desde el principio el ojo comunitario ha asegurado una gestión impecable de los recursos.

Operación

Foto de la balsa-toma capturando agua del río Orinoco.

De las dieciséis personas que operan la planta, ocho son hombres, ocho mujeres, y todas son de Cambalache. Hidrobolívar aceptó que fuera la comunidad misma quien escoja al personal que puso en nómina y capacita regularmente. Para entender la operación del acueducto lo mejor es hacer mentalmente el recorrido del agua.

Una balsa-toma que flota sobre el Orinoco está conectada a una bomba de 20 caballos de fuerza que envía el agua hacia las UPAs. Cuando los cúmulos de boras del río (lirios de agua) cubren la balsa, el personal debe destaparla de cualquier modo, montándose incluso sobre la bora y deshaciéndola a machetazos. El agua que sube del río se mezcla en las UPAs con una solución de sulfato de aluminio a una concentración que determinan las o los operadores de planta en base a la turbiedad del agua. Este primer proceso, llamado de coagulación-floculación, elimina gran parte de las partículas suspendidas en el agua, pero no todas. El agua se envía luego a un tanque donde pasa por un lecho filtrante y se mezcla con agua clorada que termina de desinfectarla y clarificarla. Es entonces que una bomba de 50 caballos de fuerza envía el agua potable a una tubería de 4 pulgadas que la distribuye sucesivamente por los ramales de la comunidad. El mantenedor de redes se encarga de atender fugas y que el agua llegue a donde debe. También hay un electromecánico que cuida de las bombas y la electricidad, un equipo de protección de planta que supervisa el cumplimiento de los parámetros de seguridad, personal administrativo y de mantenimiento general, un supervisor de planta, y un jefe de acueducto.

Foto del llenado del tanque cuadrado con agua de las Unidades Potabilizadoras de Agua.

Cuando recién comenzamos no sabíamos cuál era el procedimiento para potabilizar el agua, no sabíamos que llevaba sulfato de aluminio, agua clorada… Yo comencé en el equipo de protección de planta porque me daba miedo cuando nombraron la palabra “operadora”. Yo dije, “¿cómo será operar esas UPAs?”. Lo veía como difícil, así que acepté protección de planta. Pero después subí al cargo de operadora y veo que es algo fácil pues, porque me gusta mi trabajo, me gusta ver esa agua clarita… Hidrobolívar nos dio un curso de una semana, aprendimos viendo, pero ahora son ellos los que aprenden de nosotros porque sabemos mejor que nadie cuánto sulfato de aluminio necesita el agua dependiendo de cómo está el río.

La buena relación entre la comunidad e Hidrobolívar genera un círculo virtuoso. No solo porque la administración de Hidrobolívar está atenta a que “El Sol de Cambalache” reciba sus insumos químicos a tiempo, sino también por las capacitaciones técnicas, por el acompañamiento en revisión de redes, y por la supervisión quincenal de la calidad del agua que también realiza. 

Sin embargo, la gran diferencia entre el modelo comunitario y el público recae en la eficiencia del primero. Cuando se daña un equipo, la reparación que puede tomarle semanas a la burocracia pública se hace en días en Cambalache, con financiamiento comunitario, como ya hicieron cuando se dañó un contactor del tablero eléctrico. Otra diferencia crucial es la flexibilidad en los horarios de trabajo. Quienes trabajan en la planta pueden también ser enfermeras y trabajadoras de la Misión Parto Humanizado, como Malpica, o coordinadores de la caja de alimentos CLAP y líderes de su consejo comunal. Esto quiere decir que sus roles en la comunidad a veces chocan con el horario de la planta, y respecto a eso Torrealba afirma:

Yo como ser humano, que nací de una mujer, me sensibilizo con ellas, claro que tienen permiso. Seré jefe del acueducto, pero también soy compañero, vecino, amigo. Yo sé que en otras empresas no es así, pero aquí, quien tenga una necesidad de mis trabajadores, yo asumo la responsabilidad. Si necesita hacer una misión bárbara, bonita, como lo es Parto Humanizado, tiene el permiso que sea necesario de ir y venir. Aparte que es una misión emanada de este gobierno. Aquí los que trabajamos somos voceros de consejos comunales, hay muchachas delegadas de calle, hay hombres que son parlamentarios de comuna, y yo no le voy a negar un permiso a nadie, porque mientras sea por el bienestar de mi comunidad, tiene toda la potestad de salir a la hora que sea necesaria.

Mejoras

El trabajo por asegurar el acceso al agua en Cambalache no se acabó con la construcción del acueducto. El problema de infraestructura más urgente con el que deben lidiar es en las tuberías. Recordemos que el agua de Cambalache llegaba inicialmente por la entrada de la comunidad, a nivel de la autopista, desde la cual el líquido bajaba por gravedad hasta las orillas del Orinoco. Lógicamente, la tubería de entrada es más ancha que las que distribuyen el agua hasta llegar al río, y esto genera un problema: bombear agua del río hacia arriba implica usar una tubería más estrecha para llenar otra más gruesa. Por ello, la presión no alcanza para surtir las áreas más elevadas, y todavía hay hogares que se surten de sus vecinos, transportando el agua a punta de carretilla o buscando la solidaridad de quien tiene vehículo para cargar un tambor.

La solución a este problema no es complicada: “es cuestión de cambiar 1500 metros de una tubería de ocho pulgadas, la que viene de la entrada de la comunidad, por una de cuatro” explica Torrealba. También es necesario ampliar el número de UPAs de tres a seis (el espacio ya está destinado), instalar un motor de mayor fuerza para mejorar la presión en la red de suministro, y corregir fugas en los ramales.

Foto de las tres Unidades Potabilizadoras de Agua; son rectángulos metálicos de un piso de altura y están pintados de amarillo, azul y rojo en alusión a la bandera de Venezuela. Adyacente está una foto del espacio donde deben colocarse tres unidades adicionales.

Las mesas técnicas de agua que se han conformado en todos los sectores de Cambalache son la otra clave para optimizar el suministro de agua. A pesar de que el acueducto cuenta con un mantenedor de redes que hace recorridos diarios, es responsabilidad de cada calle organizarse para notificar fugas, fallas de suministro, y empoderarse con la infraestructura del agua. Conocerla realmente. Y es que después de años sin agua los problemas se han acumulado, comenta Torrealba, pues “la gente había perforado tuberías aquí y allá, viendo si encontraban agua. Hay quienes se quejan de que no les llega agua, pero cuando uno les pide que revisen la tubería que llega a su casa y hacen su zanja se dan cuenta de que la tubería está partida y el agua se está botando”. 

En conclusión, el manejo del agua debe ser un esfuerzo comunitario: desde la operación y repotenciación del acueducto, pasando por la infraestructura material e institucional, y alcanzando también la cultura de darle buen uso al agua recibida.

Una lección en comunalización

Foto del personal de la planta frente a una plaza Bolívar con jardinería ubicada dentro de las instalaciones

La gestión comunitaria del agua en Cambalache es un ejemplo de la comunalización de un recurso. Es decir, el bien no se maneja bajo la lógica de exclusión y lucro del mercado (como los bienes privados), ni tampoco lo administra el estado de forma despersonalizada (como la mayoría de los servicios públicos en Venezuela). En cambio, es la comunidad organizada la que decide solucionar el problema del agua con una planta potabilizadora que manejan por cuenta propia para asegurarse de que los recursos no desaparezcan ni se malversen—en criollo, para asegurarse de que la cosa funcione.  

Este tercer modelo de gobernanza, el de los “comunes”, nos propone una alternativa crucial al de los bienes privados, como los camiones cisterna, y al del manejo estatal con poca participación comunitaria que conlleva ese tedioso deber de protestar ante instituciones públicas sin los recursos suficientes o el conocimiento local adecuado para resolver creativamente los problemas. Cambalache podría estar aún ahora demandando un mejor suministro desde el acueducto de Toro Muerto, pero escogieron una ruta diferente. 

El caso Cambalache es interesante porque el manejo comunitario del recurso no está desvinculado de las instituciones del estado (como sí sucede en casos emblemáticos del manejo de “comunes” como los modelos de gobernanza ancestrales de pueblos indígenas, o como sucede en casos de manejo comunitario de figuras que en teoría deberían ser administradas principalmente por las instituciones del estado, por ejemplo, el cuidado del Parque Municipal Piedra Kanaima en Santa Elena de Uairén). 

Más bien, en Cambalache se dio una fuerte apropiación de las oportunidades y estructuras que el estado ofrece. Esta relación virtuosa entre comunidad y estado a nivel local es algo a lo que aún se puede aspirar en ciertos lugares. En palabras de Torrealba, “el gobierno tiene que entender que es el pueblo el que sabe lo que necesita. Claro, que nos ayuden y nos asesoren, pero somos nosotros los que sabemos”.

¿Puede la crisis del agua en Ciudad Guayana transformarse a partir de proyectos similares de comunalización? Aunque me gustaría afirmar que sí, vale la pena preguntarnos: ¿Será que realmente sabemos lo que necesitamos, como declara Torrealba? ¿Conocemos el acueducto que lleva el agua a nuestros hogares? ¿Conocemos el estado de nuestros embalses o de las cabeceras de nuestros ríos? ¿Sabemos de cuál subestación depende nuestro acueducto? ¿Cuándo hay fugas en una tubería, sabemos qué hacer o dónde denunciar? Y cuando el agua se va, ¿nos informamos del por qué?

Para tomar un rol más activo en la supervisión y gestión de la infraestructura que nos brinda los servicios vitales debemos conocer realmente dicha infraestructura. Así como Cambalache está armando sus mesas técnicas de agua, hacemos la invitación desde el Observatorio de Ecología Política a un Mapeo Comunitario del Agua a tomar lugar en Ciudad Guayana en los próximos meses.

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Voces por el agua

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